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Amarillo de las flores al costado del camino

Miércoles, 30 de diciembre de 2015 01:30

También puede recorrerse el cerro como quien lo hace ante una muestra plástica. Hay una creencia muy extendida de que sus colores y motivos no son azarosos sino creación de un ser que se entiende que es superior a nosotros, y que nada nos niega que, por ello mismo, tenga cualidades artísticas. En este caso, tres plantas en el camino nos muestran la reiteración del mismo tono de amarillo con una persistencia que no podemos dejar pasar. Un amarillo Van Gogh, si es que acaso la naturaleza pueda haber recurrido a esa paleta trascendente de la historia de la pintura europea, pero al fin de cuentas humana. Tal vez los picaflores, que una vieja tradición andina aclara que son las almitas de los difuntos ya libres del cuerpo, puedan explicarnos algo más de su atractivo. Acaso vean en ese amarillo un tono del dulzor del néctar que se nos escapa, y que deberemos conocer, aunque ignorando su origen, tras probar la miel que de ellas producen las abejas. En todo caso, que tres plantas florezcan en el mismo tono no debe tomarse como una casualidad sino como una tendencia, una modalidad estética que, ya que no fueron pintadas por pincel alguno, tenemos derecho a creer que son parte del mensaje de aquel que, se dice, hizo este mundo en que vivimos. O menos: un aparecer ante nuestros ojos de esa inteligencia tácita de la composición del mundo. Los griegos clásicos llamaban al ser con una palabra, que luego derivó en la nuestra: física, y que quería decir algo así como mostrarse, desocultarse, y pensaban que ese gesto generoso de las cosas respondía a una razón que regía el mundo, a la que llamaban logos y nosotros mal traducimos como palabra. Nos resta agradecer la visión que se nos presenta a la vera del camino, que algún pintor mortal podrá representar en una tela y que nosotros, con menos dotes, nos resignamos a fotografiar.

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También puede recorrerse el cerro como quien lo hace ante una muestra plástica. Hay una creencia muy extendida de que sus colores y motivos no son azarosos sino creación de un ser que se entiende que es superior a nosotros, y que nada nos niega que, por ello mismo, tenga cualidades artísticas. En este caso, tres plantas en el camino nos muestran la reiteración del mismo tono de amarillo con una persistencia que no podemos dejar pasar. Un amarillo Van Gogh, si es que acaso la naturaleza pueda haber recurrido a esa paleta trascendente de la historia de la pintura europea, pero al fin de cuentas humana. Tal vez los picaflores, que una vieja tradición andina aclara que son las almitas de los difuntos ya libres del cuerpo, puedan explicarnos algo más de su atractivo. Acaso vean en ese amarillo un tono del dulzor del néctar que se nos escapa, y que deberemos conocer, aunque ignorando su origen, tras probar la miel que de ellas producen las abejas. En todo caso, que tres plantas florezcan en el mismo tono no debe tomarse como una casualidad sino como una tendencia, una modalidad estética que, ya que no fueron pintadas por pincel alguno, tenemos derecho a creer que son parte del mensaje de aquel que, se dice, hizo este mundo en que vivimos. O menos: un aparecer ante nuestros ojos de esa inteligencia tácita de la composición del mundo. Los griegos clásicos llamaban al ser con una palabra, que luego derivó en la nuestra: física, y que quería decir algo así como mostrarse, desocultarse, y pensaban que ese gesto generoso de las cosas respondía a una razón que regía el mundo, a la que llamaban logos y nosotros mal traducimos como palabra. Nos resta agradecer la visión que se nos presenta a la vera del camino, que algún pintor mortal podrá representar en una tela y que nosotros, con menos dotes, nos resignamos a fotografiar.

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