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Laberintos humanos. El amor

Martes, 14 de noviembre de 2017 21:14

 

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Las historias de amor terminan mal, pensó don Braulio en voz alta. Por eso es que los cuentos son tan sabios: terminan cuando los amantes se casan, que es cuando en realidad empiezan los problemas. No quiero parecer deliberadamente pesimista, dijo con una sonrisa que lo desmentía, pero somos gente grande.

¿Para qué vamos a mentirnos?, dijo comenzando un monólogo que ninguno de nosotros esperaba. Yo recuerdo a una chiquilla de unos nueve años, bonita como le parece bonita una moza al chango que la mira enamorado, algo tímida y algo pizpireta en dosis iguales y oportunas, que estudiaba en la misma escuela a la que iba yo.

Se imaginarán que, por entonces, Tilcara era muy distinta. Blanca, que era el nombre de la niña, apenas si me dirigió la palabra alguna vez en todos esos años, pero fue el amor más largo que sufrí en mi vida. Creo que la amé, en ese silencio con el que me ignoraba, desde segundo hasta séptimo grado, pero pasaron los años y la volví a encontrar en un baile allá por el sesenta y pico, cuando teníamos veinte.

Pese a los años, pese a que la dejé de ver de niña y ya era toda una mujer (quien sabe qué hizo todo ese tiempo, porque el pueblo era pequeño para perderse), yo me quedé paralizado al reconocerla como si fuera ese mismo niño de una década atrás, ella me sonrió con tanta frescura que me intimó a sonreír a mi vez, me tomó la mano, la puso en su cintura y bailamos.

Vos siempre estuviste enamorado de mí, me dijo con esa seguridad que tienen las mujeres cuando saben que nos gustan.