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19 de Mayo,  Jujuy, Argentina
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Oficialismo y oposición, ante un momento de definiciones

Domingo, 12 de julio de 2020 01:04

La Argentina atraviesa por estas horas momentos de debates fundacionales en sus principales fuerzas políticos. De la resolución final de esas discusiones saldrá, probablemente, el rumbo definitivo que tomará el país una vez finalizada la pandemia. ¿Se viene una Argentina más integrada al mundo o una más proteccionista? ¿La Corte Suprema seguirá como está o se ampliarán sus integrantes modificando las mayorías? ¿La economía continuará sostenida sólo por la emisión o se podría imaginar un nuevo endeudamiento? ¿El Congreso será un lugar de consensos o de enfrentamientos? Interrogantes trascendentales si los hay. 
El oficialismo debe decidir si moderar su discurso para ampliar la base de sustentación del Gobierno o acelerar posturas controvertidas como la reforma judicial, el cuestionamiento explícito a los medios de comunicación o la confrontación directa con el macrismo. En la oposición, el panorama no es muy distinto, ya que la ausencia de liderazgos bien definidos provocó un quiebre entre los dirigentes con responsabilidad de gestión y los sectores más duros del espacio. ¿Hasta cuándo persistirá esta disyuntiva entre dialoguistas y radicalizados? Nadie lo sabe, pero en ambas fuerzas políticas coinciden en que la resolución de estas diferencias no ocurrirá antes de junio próximo, cuando queden definidas las candidaturas para la elección de medio término. 
Es frecuente escuchar, con mucho de realidad, que los políticos y la sociedad se encuentran alejados por un abismo de enormes proporciones. Esa situación estaría acentuándose en el peor momento de la pandemia, cuando los argentinos viven con miedo al contagio, con temor por el sostenimiento del empleo y con angustia por los más de 100 días de aislamiento obligatorio. Una vez más, la dirigencia se muestra abocada a cuestiones sumamente alejadas a las preocupaciones cotidianas de sus representados, que padecen una crisis económica sin precedentes en las últimas décadas y sin un horizonte claro de finalización. 
Alberto Fernández buscó dar una fuerte señal de unidad en el acto por los festejos del 9 de julio de cara a la próxima fase de la cuarentena. Se mostró junto a los principales líderes empresarios -con el campo incluido- y sindicales, pero también con los veinticuatro gobernadores, que hoy resultan su principal fuente de sustentación política. ¿Cómo hizo Alberto para alinear también a los mandatarios opositores? En estas cosas no existen fórmulas mágicas: con fondos públicos, equipamiento para la salud y subsidios para los sectores postergados. 
El Presidente habló de terminar con los “odiadores seriales” y de no promover un “discurso único”. Esas expresiones sonaron extrañas viniendo de un Presidente, y más aún cuando el mismo día salió su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, a cuestionar las marchas opositoras y un día después el vocero presidencial Juan Pablo Biondi calificó a Macri como un “inútil”. 
¿A quién le estaba hablando el jefe de Estado? Según dos importantes sociólogos consultados por El Tribuno -que pidieron reserva de su identidad- los destinatarios principales de ese mensaje podrían ser Cristina Kirchner y Mauricio Macri, dos dirigentes que acumulan más imagen negativa que positiva y que representan a los dos extremos de la grieta en el país.
De hecho, llamó poderosamente la atención la ausencia de la vicepresidenta en la celebración oficial del Día de la Independencia, ya que ocupa un cargo central para la República y conduce la principal fuerza política de la Argentina, la Cámara de Senadores y una gran cantidad de los resortes del Estado. En el Gobierno aseguran que el faltazo de Cristina no tienen ninguna razón política, y ponen como ejemplo la ausencia de Sergio Massa y de todo el Gabinete albertista. “El kirchnerismo duro estuvo representado por Axel Kicillof, Alicia Kirchner y Jorge Capitanich, no hay que buscar fantasmas donde no los hay”, señaló un alto colaborador de Alberto Fernández ante una consulta de este diario. 
Las movilizaciones en contra del Gobierno que se dieron el jueves en una buena parte del país causaron impacto en la Quinta de Olivos. La preocupación del Presidente no se debe a la cantidad de gente que salió a las calles, sino a la abultada repercusión mediática que tuvo la protesta. En el Frente de Todos están convencidos de que el sector más duro de la oposición estuvo detrás de esa convocatoria y que los manifestantes son personas que jamás acompañarán a la gestión de Alberto. La premisa parece cierta en sus dos facetas, pero el análisis resulta un tanto inocente.
No hay dudas de que las personas que se manifestaron el 9 de julio no simpatizan con el Gobierno, pero también lo es que hay una situación de mucha complejidad social en la Argentina. Quien se moviliza para reclamar lo que cree que es justo -pese a que éste no sea el momento indicado- no puede ser considerado un promotor del odio, porque sino en esa misma grilla entrarían también los sindicatos, los sectores de la economía popular o los comerciantes quebrados que reclaman volver a trabajar. Cerca del Presidente reconocen que hay un hartazgo creciente en la sociedad en relación a la cuarentena, por ese motivo el 18 de julio se anunciará una flexibilización más motivada por el humor social que por las cifras epidemiológicas, que ya ubican a la Argentina con más de tres mil casos por día. 
 

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La Argentina atraviesa por estas horas momentos de debates fundacionales en sus principales fuerzas políticos. De la resolución final de esas discusiones saldrá, probablemente, el rumbo definitivo que tomará el país una vez finalizada la pandemia. ¿Se viene una Argentina más integrada al mundo o una más proteccionista? ¿La Corte Suprema seguirá como está o se ampliarán sus integrantes modificando las mayorías? ¿La economía continuará sostenida sólo por la emisión o se podría imaginar un nuevo endeudamiento? ¿El Congreso será un lugar de consensos o de enfrentamientos? Interrogantes trascendentales si los hay. 
El oficialismo debe decidir si moderar su discurso para ampliar la base de sustentación del Gobierno o acelerar posturas controvertidas como la reforma judicial, el cuestionamiento explícito a los medios de comunicación o la confrontación directa con el macrismo. En la oposición, el panorama no es muy distinto, ya que la ausencia de liderazgos bien definidos provocó un quiebre entre los dirigentes con responsabilidad de gestión y los sectores más duros del espacio. ¿Hasta cuándo persistirá esta disyuntiva entre dialoguistas y radicalizados? Nadie lo sabe, pero en ambas fuerzas políticas coinciden en que la resolución de estas diferencias no ocurrirá antes de junio próximo, cuando queden definidas las candidaturas para la elección de medio término. 
Es frecuente escuchar, con mucho de realidad, que los políticos y la sociedad se encuentran alejados por un abismo de enormes proporciones. Esa situación estaría acentuándose en el peor momento de la pandemia, cuando los argentinos viven con miedo al contagio, con temor por el sostenimiento del empleo y con angustia por los más de 100 días de aislamiento obligatorio. Una vez más, la dirigencia se muestra abocada a cuestiones sumamente alejadas a las preocupaciones cotidianas de sus representados, que padecen una crisis económica sin precedentes en las últimas décadas y sin un horizonte claro de finalización. 
Alberto Fernández buscó dar una fuerte señal de unidad en el acto por los festejos del 9 de julio de cara a la próxima fase de la cuarentena. Se mostró junto a los principales líderes empresarios -con el campo incluido- y sindicales, pero también con los veinticuatro gobernadores, que hoy resultan su principal fuente de sustentación política. ¿Cómo hizo Alberto para alinear también a los mandatarios opositores? En estas cosas no existen fórmulas mágicas: con fondos públicos, equipamiento para la salud y subsidios para los sectores postergados. 
El Presidente habló de terminar con los “odiadores seriales” y de no promover un “discurso único”. Esas expresiones sonaron extrañas viniendo de un Presidente, y más aún cuando el mismo día salió su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, a cuestionar las marchas opositoras y un día después el vocero presidencial Juan Pablo Biondi calificó a Macri como un “inútil”. 
¿A quién le estaba hablando el jefe de Estado? Según dos importantes sociólogos consultados por El Tribuno -que pidieron reserva de su identidad- los destinatarios principales de ese mensaje podrían ser Cristina Kirchner y Mauricio Macri, dos dirigentes que acumulan más imagen negativa que positiva y que representan a los dos extremos de la grieta en el país.
De hecho, llamó poderosamente la atención la ausencia de la vicepresidenta en la celebración oficial del Día de la Independencia, ya que ocupa un cargo central para la República y conduce la principal fuerza política de la Argentina, la Cámara de Senadores y una gran cantidad de los resortes del Estado. En el Gobierno aseguran que el faltazo de Cristina no tienen ninguna razón política, y ponen como ejemplo la ausencia de Sergio Massa y de todo el Gabinete albertista. “El kirchnerismo duro estuvo representado por Axel Kicillof, Alicia Kirchner y Jorge Capitanich, no hay que buscar fantasmas donde no los hay”, señaló un alto colaborador de Alberto Fernández ante una consulta de este diario. 
Las movilizaciones en contra del Gobierno que se dieron el jueves en una buena parte del país causaron impacto en la Quinta de Olivos. La preocupación del Presidente no se debe a la cantidad de gente que salió a las calles, sino a la abultada repercusión mediática que tuvo la protesta. En el Frente de Todos están convencidos de que el sector más duro de la oposición estuvo detrás de esa convocatoria y que los manifestantes son personas que jamás acompañarán a la gestión de Alberto. La premisa parece cierta en sus dos facetas, pero el análisis resulta un tanto inocente.
No hay dudas de que las personas que se manifestaron el 9 de julio no simpatizan con el Gobierno, pero también lo es que hay una situación de mucha complejidad social en la Argentina. Quien se moviliza para reclamar lo que cree que es justo -pese a que éste no sea el momento indicado- no puede ser considerado un promotor del odio, porque sino en esa misma grilla entrarían también los sindicatos, los sectores de la economía popular o los comerciantes quebrados que reclaman volver a trabajar. Cerca del Presidente reconocen que hay un hartazgo creciente en la sociedad en relación a la cuarentena, por ese motivo el 18 de julio se anunciará una flexibilización más motivada por el humor social que por las cifras epidemiológicas, que ya ubican a la Argentina con más de tres mil casos por día.