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Las solteronas del “Cuchi” Leguizamón

Domingo, 18 de agosto de 2013 03:44

Urgar el archivo del diario y hojear los inmensos volúmenes que guardan noticias de antaño es algo apasionante por las cosas que se encuentran.

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Urgar el archivo del diario y hojear los inmensos volúmenes que guardan noticias de antaño es algo apasionante por las cosas que se encuentran.

Y así fue que hojeando una colección de 1963 encontré cuentos que creo vale la pena rescatarlos.

Uno de ellos es “Tiempo Soltero” de Gustavo “Cuchi” Leguizamón, trabajo que fue ilustrado en la página de El Tribuno por Jorge Hugo Román, otro gran artista salteño de la generación de los años "60.

Tiempo soltero

“Un calorcito picante y forastero se anticipaba agresivo y decididamente molesto aquel noviembre polvoroso y seco.

La ciudad con su olor a cuero sobado, contemplaba el cielo azul ardido de aquella tarde sofocante, que se desperezaba en los parrales recién brotados del patio.

Agiganteaba su angustia de verde y sueño por el alivio fresco de una lluvia demorada.

Mi tía Adela, con su paso menudo y nervioso, me alcanzó en el corredor a la par que me decía: “­Ni una nobecita hijo!... y qué calores... siquiera lloviera hasta el domingo para que nos fuésemos a Cerrillos... este pozo de ciudad se está poniendo insoportable...”.

El tema de la injuria climática y el de la carestía de la vida quedaron en suspenso, cuando bajo el dintel de la puerta cancel divisamos un rostro conocido, que asomándose decidido prorrumpió vociferando... “­Quien está en la casa!... vengan a recibir a la visita...”.

Reaccionando de la sorpresa, nos aprestamos a dar la bien venida a recién llegada que resultó ser doña Delfina, apreciada amistad familiar, asidua concurrente a la casa y entretenida anfitriona.

Mi tía Adela, entre confidencial y como alejándose de la inminente entrevista, me recomendó que avisara a Balvina para que prepara el clásico sucumbé con capitas, mientras ella, amagándose peinar y sacudiendo su batón plisado, corría hacia la puerta exclamando también a gritos limpio, “pasá vidita, vení entremos a la sala... cuánto te has demorado en pagarme la visita.

Conociendo la modalidad de las interlocutoras, traté de disimular mi presencia, ubicándome en la habitación contigua y oír a gusto, sin padecer una pizca de la entrevista a la que presumía jugosa en chismes y aconteceres.

Luego de extensos y formalísimos reclamos recíprocos de ingratitud, el par de solteronas creyéndose solas dieron rienda suelta a la conversación, comenzando un intrigante y alucinado diálogo de ribetes teatrales.

“No te imaginás Adela lo que me pasó anoche, algo realmente increíble, comenzó diciendo Delfina, mientras se estiraba las medias de seda y se acomodaba el sorongo (rodete)”.

“Contame nomás vidita -replicó mi tía Adela- que me está intrigando el sucedido”.

“Fijate Adela, que anoche me acosté bastante tarde, porque quería terminar el bordado de un camisón... y había una luna hija... divina... La noche estaba fresca y un airecito amoroso movía los malvones como acariciándolos... En eso que estaba entre dormida y despierta , note que la puerta de mi cuarto se abría de par en par y que un hombre alto y rubio con su camisa suelta avanzaba hacia adentro”.

“­Jesús María y José!... y qué pasó Delfina?”

“Yo lo miraba al hombre Adela... creeme que era hermoso... tenía bucles dorados y los ojos muy claros y grandes... y la camisa al aire... completamente suelta...”

“­Que más Delfina... contame!”

“Pero fijate Adela, yo estaba entre extasiada por la donosura del hombre y asustada por el suceso, cuando que te cuento hija... que lo veo avanzar hacia mi cama, con tranco lento y resuelto. Y la luna esta tan clara, que le divisaba cada vez más sus facciones... y te prometo que el hombre era muy donoso.”

“­Pero Delfina... y vos que has hecho.”

“­Nada Adela! Me empecé a asustar cada vez más y más... y creeme que ya le sentía la respiración ... y cuando menos pensé ya estaba el buen mozo parado al lado de mi cama”.

“Pero hija y vos ¿que has hecho?”

“Nada. No articulaba de susto Adela... cuando que te cuento que el hombre se agacha, mirándome como si quisiera comerme con esos ojos inmensos y celestes... y empezó a tantear mi cama”.

“­Pero hija!...¿ Y vos que has hecho?”

“Pegué un grito espantoso Adela... y me senté en la cama, prendí la luz y no encontré a nadie en el cuarto”.

“­Uhhh!... estúpida -le replicó mi tía Adela un tanto decepcionada ­Ya te hubieras callado... Opa!”

Sucumbé

Fue un licor tradicional salteño ya perdido que se hacía con leche, yema de huevo, coñac y azúcar.

Decían las salteñas que mientras se batía el huevo para esta bebida había que recitar estos versos:

“Sumcumbé, sucumbé;

yo me casé con usté

por dormir en buena cama,

y después me dice usté

que el colchón no tiene lana.”

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