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La “nueva princesa” de Asturias

Domingo, 25 de mayo de 2014 01:14

A Mafalda no le pasa el tiempo. Y aunque el mundo ha girado millones de veces sobre su propio eje desde que Joaquín Salvador Lavado, “Quino”, dejó de dibujar a este personaje en 1973, casi todas las reflexiones y los remates de la pequeña inconformista y preguntona nacida en los 60, tienen hoy plena vigencia. Quizás por eso ambos, “padre e hija”, siguen siendo tan requeridos y re queridos (así, todo junto y también separado). Sin ir muy lejos, semanas atrás, Quino fue una de las figuras centrales de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, y tuvo a su cargo el tradicional discurso inaugural. A la zaga, hace apenas tres días, Mafalda, el personaje más conocido del humorista gráfico mendocino, fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2014 y, en el mismo acto, pasó a ser el primer dibujante de la historia que gana este galardón. La distinción le llegó el mismo año en que se celebran los 50 años del nacimiento de su personaje mayor, traducido a más de 30 idiomas.

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A Mafalda no le pasa el tiempo. Y aunque el mundo ha girado millones de veces sobre su propio eje desde que Joaquín Salvador Lavado, “Quino”, dejó de dibujar a este personaje en 1973, casi todas las reflexiones y los remates de la pequeña inconformista y preguntona nacida en los 60, tienen hoy plena vigencia. Quizás por eso ambos, “padre e hija”, siguen siendo tan requeridos y re queridos (así, todo junto y también separado). Sin ir muy lejos, semanas atrás, Quino fue una de las figuras centrales de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, y tuvo a su cargo el tradicional discurso inaugural. A la zaga, hace apenas tres días, Mafalda, el personaje más conocido del humorista gráfico mendocino, fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2014 y, en el mismo acto, pasó a ser el primer dibujante de la historia que gana este galardón. La distinción le llegó el mismo año en que se celebran los 50 años del nacimiento de su personaje mayor, traducido a más de 30 idiomas.

Y si a Mafalda no le pasa el tiempo es porque por las venas le corre esa tinta virtuosa que distingue a los “clásicos” del resto de los (personajes) mortales. Para muestra, la ininterrumpida reedición de sus viñetas, la cita permanente de sus ocurrencias en internet, y alguna calcomanía pegada en la luneta de un auto, reviviendo la picardía de sus ojitos negros en cada semáforo en rojo. Y este último ejemplo es todo un síntoma, porque deben sobrar los dedos de la mano para enumerar a personajes de fantasía que hayan calado tan hondo en la cultura popular. 
Mafalda hoy es “princesa de Asturias”, pero nació en una familia de clase media argentina, en la década del sesenta. No tuvo un parto convencional porque cuando apareció sobre la faz de la Tierra ya tenía seis años y un objetivo puntual en la vida: anunciar las bondades de una marca de electrodomésticos. Efectivamente, cuando Quino la creó, fue a pedido de una agencia de publicidad, pero finalmente aquellas primeras tiras de la nena inserta en un hogar bien provisto de televisor, heladera, plancha, licuadora, etc... nunca se publicaron. 
Frustrado, Quino le reservó a esas 10 o 12 primeras historietas un lugarcito en el fondo de un cajón. Allí permanecieron durante dos años hasta que un amigo suyo, que era secretario de redacción de una revista, le pidió que dibujara algo diferente a lo que aparecía habitualmente en las páginas de humor. Entonces el mendocino sacó a Mafalda de la galera y se la llevó, como quien vende gato por liebre. Su amigo publicó las tiras sin decirle nada. Fue un 29 de septiembre de 1964. Joaquín Salvador Lavado no tenía idea en aquel momento de que esa niña de seis años se iba a convertir en el símbolo de la crítica social y el inconformismo de varias generaciones. 

Algunas señas particulares

Apenas nació la historieta, Mafalda tenía seis años y era una inquieta ingresante al jardín de infantes. No obstante su corta edad, a la pequeña de tupida cabellera negra le gustaban Los Beatles y el Pájaro Loco. Adoraba jugar en la plaza a los vaqueros, con sus amigos. Su comida preferida eran los panqueques y le gustaban tanto que era capaz de someterse al suplicio de un plato de sopa -cosa que detestaba- con tal de acceder a su postre favorito. En el transcurso de los diez años de publicación de la tira, Mafalda fue creciendo y, aparentemente, llegó hasta el tercer o cuarto grado. Impiadosa a la hora de cuestionar la educación de sus mayores, el personaje de Quino siempre se encargó de reivindicar que otro sentido de la vida era posible. 
Desde la primera tira, la historieta mantuvo una fuerte relación con la realidad y el contexto histórico, social, político, económico y cultural de la Argentina de los años 60. No era casual que Mafalda y sus coequipers hablaran de la guerra de Vietnam, el racismo, la fuga de cerebros, la inequidad social, la bomba atómica, la aventura espacial, la amenaza China, el despertar de Cuba, la superpoblación, los militares, la ONU, la Guerra Fría... Estos problemas sociales que atravesaban esa década se entrecruzaban con valores humanos como la paz, la libertad, la igualdad, la felicidad, la dignidad, la democracia, la justicia, el paso del tiempo, el futuro, las diferencias, la ética, la comunicación...
Cinco décadas después, se sabe que en aquellas viñetas pseudoinfantiles, Mafalda hablaba en realidad de temas que en gran medida son y serán universales, aunque contextualizados en su tiempo y espacio. Ella y sus amigos (todos muy distintos entre sí) representaban las diferentes miradas con que se pueden interpretar la realidad y las relaciones sociales.
De haber seguido creciendo, a Mafalda le hubiera gustado estudiar idiomas para trabajar de intérprete en las Naciones Unidas y, desde ese lugar estratégico, “contribuir a la paz mundial”. Preocupada por la inequiedad social, la desigualdad de géneros, la tiranía, el hambre, las contradicciones de los adultos, Mafalda representaba el inconformismo de la humanidad, pero con fe en su generación. Apasionada radioescucha, lograba abstraerse de vez en cuando de su contexto más íntimo (una vida rutinaria, con un padre disconforme con su trabajo y una madre superada por las tareas hogareñas) para superar todos los límites y convertirse (como su amiga Libertad) en una ciudadana del mundo. 
En una entrevista le preguntaron a Quino, no hace mucho, si con Mafalda hubiera podido acumular más dinero del que ganó. El dibujante, descendiente de inmigrantes andaluces y declarado socialista, respondió que sí. Y contó dos anécdotas: “Hace unos 15 años mi editor francés me ofreció hacer un libro de Mafalda para la Shell. El tema era así, a cada cliente que entrara a una de las gasolineras de la Shell le iban a regalar uno de mis libros. Pagaban mucha plata. Creo que a mí me hubieran tocado unos 50 mil dólares y yo dije que no, por supuesto, ¿Cómo un personaje que vive despotricando contra las multinacionales se va a quemar de esa manera? Otra vez los caldos Maggi me ofrecieron una fortuna para que les diera a Mafalda. La idea era hacer un aviso que dijera: ‘Ahora sí, a Mafalda le gusta la sopa’. Otra vez dije que no y casi nadie lo entendió, pero así fue”. La periodista le preguntó si no le preocupaba no ser entendido. El papá de Mafalda respondió con el tono suave que lo caracteriza: “No, porque para mi moral yo tengo razón”. Si a Mafalda no le pasa el tiempo, es porque está hecha de muy buena madera. Y porque la fórmula de la niña que percibe la complejidad del mundo desde la sencillez de sus ojos infantiles, y a la vez sueña con un planeta más digno, justo y respetuoso con los derechos humanos, no puede parecernos menos que adorable y feliz. 

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