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Perpetua tras un crimen de película

Recibió la máxima pena tras matar al dueño de casa, en San Isidro, cortar sus dedos e intentar la venta de la vivienda.
Sabado, 18 de noviembre de 2017 00:00

Un hombre fue condenado ayer a prisión perpetua por haber asesinado al propietario de la casa que alquilaba en San Isidro, Buenos Aires. Le cortó las falanges de los dedos, descartó el cadáver e intentó vender la vivienda haciéndose pasar por su víctima, según fuentes judiciales. Juan Pablo Barbaria (65) fue condenado a la pena máxima por matar a Hernán Rodolfo Stolzenwald (49), en un fallo dictado por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 1 de San Isidro, integrado por los jueces Alberto Ortolani, María Elena Márquez y Gonzalo Aquino.

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Un hombre fue condenado ayer a prisión perpetua por haber asesinado al propietario de la casa que alquilaba en San Isidro, Buenos Aires. Le cortó las falanges de los dedos, descartó el cadáver e intentó vender la vivienda haciéndose pasar por su víctima, según fuentes judiciales. Juan Pablo Barbaria (65) fue condenado a la pena máxima por matar a Hernán Rodolfo Stolzenwald (49), en un fallo dictado por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 1 de San Isidro, integrado por los jueces Alberto Ortolani, María Elena Márquez y Gonzalo Aquino.

Fue acusado de ser el autor de un "homicidio doblemente calificado por criminis causae -matar para ocultar otro delito y lograr la impunidad-, y por alevosía". También por "estafa en grado de tentativa", por haber intentado vender la casa; "robo", por los elementos que se llevó -escritura y DNI de Stolzenwald- para intentar la maniobra fraudulenta y por "amenazas coactivas" a un testigo clave. Fue declarado reincidente dado condenas previas que tenía.

Durante las audiencias, Barbaria expuso una insólita versión de los hechos al asegurar que había encontrado a Stolzenwald "colgado" en alusión a un suicidio, desvinculándose del homicidio. Solo admitió que quiso vender la casa. El fiscal de la causa, Sergio Szyldergemejn, tiró abajo la historia del acusado al exponer las pericias forenses que determinaron que el surco de ahorcadura que presentaba la víctima no era vertical y compatible con una persona que se ahorca colgándose. Al contrario, expertos establecieron que ese tipo de marcas quedan en una maniobra de estrangulamiento a lazo.

El imputado agregó que, con ayuda de dos "policías de toxicomanía", descartó el cadáver y que ellos habían sido los responsables de cortarle las falanges de los dedos para dificultar la identificación.

Para los jueces la mentira quedó al descubierto cuando los médicos legistas demostraron que si bien algunas de las falanges de la víctima habían sido cortadas post mortem, otras fueron amputadas en vida o agonía. Otra prueba que lo comprometió fue que en la bolsa donde apareció el cadáver, se halló ADN cuyo perfil genético coincidió con el de Barbaria.

Testigo clave

La causa tuvo como testigo clave a la persona que se había interesado en comprar la casa de la víctima y dudó de la operación por el bajo precio que el supuesto propietario pedía por la vivienda y algunas actitudes del ahora condenado.

Voceros judiciales indicaron que durante el juicio, Barbaria volvió a amenazar a ese testigo cuando le dijo delante de los jueces y las partes: "A vos te voy a agarrar del cogote", por lo que el fiscal pidió la formación de una nueva causa por amenazas.

Según el fallo, el crimen de Stolzenwald, quien era un técnico electromecánico, fue cometido entre el 13 y 14 de agosto de 2013 pero se descubrió un mes después gracias a este testigo que estaba interesado en comprar la vivienda en San Isidro.

Al interesado y a la inmobiliaria les llamó la atención el apuro por vender, la casa había sido tasada en 130.000 dólares pero el supuesto propietario se conformaba con 90.000 dólares. Además, cuando mostró la propiedad, Barbaria primero dijo ser "Yani", un amigo del dueño, y luego, cuando se iba a cerrar la operación, se presentó en la inmobiliaria diciendo que él era Stolzenwald.

El comprador se tomó el trabajo de "googlear" el nombre del vendedor y así llegó al número de teléfono del padre de Stolzenwald. Este le dijo que no sabía que su hijo planeara vender la casa y cuando le dio una descripción física del hombre que le había mostrado la propiedad, le contestó que no era su hijo, sino el inquilino.

 

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