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“Una mirada a lo salvaje”, muestra de pintura naturalista para el asombro 

El periodista y pintor Daniel Rodríguez expone en la Casa de la Cultura. El conjunto de 20 obras podrá visitarse gratuitamente hasta el 30 de este mes. 
Martes, 21 de noviembre de 2017 19:18

Hoy a las 20.30, en la Casa de la Cultura (Caseros 460), se inaugurará la muestra “Una mirada a lo salvaje”, de Daniel Rodríguez. La exposición está compuesta por veinte obras que, en diferentes técnicas, recrean escenas de la vida de algunos mamíferos, aves y mariposas del Noroeste argentino. 
Los cuadros ya fueron montados y en un recorrido se puede constatar que en cada momento retratado, Rodríguez está dispuesto a llevar al espectador hacia la eterna novedad de la naturaleza. Las mariposas, como de espléndida filigrana, dan una sensación de tridimensionalidad. Cada estría y mota de pelaje de las aves denotan cómo la observación y la motricidad humana pueden actuar en un mismo y sincronizado movimiento. Con humildad, Rodríguez comenta que para imitar las vetas y salpicaduras de la naturaleza no es preciso anidar en el pensamiento de Dios. “Es como pintar cualquier otra cosa, con la salvedad de que, para no cometer equivocaciones, hay que salir mucho al campo, estudiar a los animales y las plantas y tratar de ser lo más riguroso con algunos detalles, posturas, tamaños y colores, incluso estudiando en libros especializados en diferentes áreas de las ciencias de la naturaleza”, explicita. Sin embargo, así captadas con mano tan delicada y pulida, las obras ofrecen una ilusión vivificante. “A Dalí le preguntaron cierta vez si era muy difícil lo que hacía y él respondió: ‘No, difícil no, es fácil o es imposible’. Yo creo que no a todos los pintores les cuestan las mismas cosas. A veces una obra sale muy rápidamente y otras no termina de cuajar. El agua siempre es un desafío, pero la pinté de muchas maneras, y las sombras de una noche de luna también plantean sus dificultades. Sin embargo, me he dado el gusto de lograrlas también”, comenta. Añade que más allá del prodigio técnico, lo arduo estriba en el carácter de la obra. “Es complicado lograr que un cuadro tenga personalidad, temperamento, que te haga sentir que hay algo ahí que merece la pena observarse detenidamente y que, si lo descubrís, te haga erizar la piel”. 
Rodríguez, además de pintor de vida salvaje, es documentalista y periodista. Siempre involucrado en acciones para la defensa del medio ambiente, sostiene que cada porción de lo inconmensurable de la naturaleza es digna de representación. “Todo es ‘pintable’ al ciento por ciento. Mucha gente se deslumbra ante la representación de un cóndor, o un ave del paraíso, o un flamenco, pero yo les aseguro que si conocieran las miles de historias particulares de aves pequeñas, pardas y sin ninguna característica especial en su plumaje, querrían tenerlas retratadas en cuadros en las paredes de sus casas”, define. En el fondo la pintura naturalista es un “acervo” para las futuras generaciones, además de un hecho artístico, y él no lo niega. Apunta que en los años venideros podría considerarse en esos términos, “siempre y cuando reúna cualidades que la hagan perdurable”. No obstante, “no me gustaría que mi pintura de naturaleza sea dentro de 50 o 100 años nada más que el vehículo para ver cómo se representó en su momento un animal que luego dejó de existir o para admirar un paisaje que solo fuera entonces un recuerdo. En este sentido me complacería que la pintura de naturaleza siempre sea una pintura viva, que nos hable ahora y dentro de 200 años de cosas que están y seguirán estando vivas. No pinto para que quede el registro de algo que se va; pinto para que no se vaya. Si la pintura de naturaleza se convierte en un acervo por el solo hecho de representar algo que entonces no existirá, esto que hago no habrá servido de nada”, dice y su voz de pronto revela una veta mineral de dolor ante la idea de la extinción. Pero pronto resurge la voluntad inquebrantable. “Pinto con optimismo, creyendo que lo que hago servirá para que el hombre cambie, para que actúe. Todavía hay naturaleza a nuestro alrededor e incluso en el jardín de nuestras casas es posible encontrar escenas hermosas de la vida de los animales. La charrasca, el tordo, el hornero y otras muchas especies se las han arreglado para vivir cerca del hombre, aunque seamos la especie más peligrosa sobre la faz de la Tierra”, comenta.
El periodista suele buscar ese momento en que todo se rompe y todo cambia, ¿qué le brindará a Rodríguez la calma de sumergirse en el paisaje?
“Estar en contacto con la naturaleza agudiza nuestros sentidos adormilados, nos vuelve más sensibles, nos tranquiliza y nos relaja, nos hace tener una dimensión más realista de lo importante y lo accesorio, nos cura física y emocionalmente, y estoy convencido de que nos hace mejores personas”, no duda en contestar. 

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Hoy a las 20.30, en la Casa de la Cultura (Caseros 460), se inaugurará la muestra “Una mirada a lo salvaje”, de Daniel Rodríguez. La exposición está compuesta por veinte obras que, en diferentes técnicas, recrean escenas de la vida de algunos mamíferos, aves y mariposas del Noroeste argentino. 
Los cuadros ya fueron montados y en un recorrido se puede constatar que en cada momento retratado, Rodríguez está dispuesto a llevar al espectador hacia la eterna novedad de la naturaleza. Las mariposas, como de espléndida filigrana, dan una sensación de tridimensionalidad. Cada estría y mota de pelaje de las aves denotan cómo la observación y la motricidad humana pueden actuar en un mismo y sincronizado movimiento. Con humildad, Rodríguez comenta que para imitar las vetas y salpicaduras de la naturaleza no es preciso anidar en el pensamiento de Dios. “Es como pintar cualquier otra cosa, con la salvedad de que, para no cometer equivocaciones, hay que salir mucho al campo, estudiar a los animales y las plantas y tratar de ser lo más riguroso con algunos detalles, posturas, tamaños y colores, incluso estudiando en libros especializados en diferentes áreas de las ciencias de la naturaleza”, explicita. Sin embargo, así captadas con mano tan delicada y pulida, las obras ofrecen una ilusión vivificante. “A Dalí le preguntaron cierta vez si era muy difícil lo que hacía y él respondió: ‘No, difícil no, es fácil o es imposible’. Yo creo que no a todos los pintores les cuestan las mismas cosas. A veces una obra sale muy rápidamente y otras no termina de cuajar. El agua siempre es un desafío, pero la pinté de muchas maneras, y las sombras de una noche de luna también plantean sus dificultades. Sin embargo, me he dado el gusto de lograrlas también”, comenta. Añade que más allá del prodigio técnico, lo arduo estriba en el carácter de la obra. “Es complicado lograr que un cuadro tenga personalidad, temperamento, que te haga sentir que hay algo ahí que merece la pena observarse detenidamente y que, si lo descubrís, te haga erizar la piel”. 
Rodríguez, además de pintor de vida salvaje, es documentalista y periodista. Siempre involucrado en acciones para la defensa del medio ambiente, sostiene que cada porción de lo inconmensurable de la naturaleza es digna de representación. “Todo es ‘pintable’ al ciento por ciento. Mucha gente se deslumbra ante la representación de un cóndor, o un ave del paraíso, o un flamenco, pero yo les aseguro que si conocieran las miles de historias particulares de aves pequeñas, pardas y sin ninguna característica especial en su plumaje, querrían tenerlas retratadas en cuadros en las paredes de sus casas”, define. En el fondo la pintura naturalista es un “acervo” para las futuras generaciones, además de un hecho artístico, y él no lo niega. Apunta que en los años venideros podría considerarse en esos términos, “siempre y cuando reúna cualidades que la hagan perdurable”. No obstante, “no me gustaría que mi pintura de naturaleza sea dentro de 50 o 100 años nada más que el vehículo para ver cómo se representó en su momento un animal que luego dejó de existir o para admirar un paisaje que solo fuera entonces un recuerdo. En este sentido me complacería que la pintura de naturaleza siempre sea una pintura viva, que nos hable ahora y dentro de 200 años de cosas que están y seguirán estando vivas. No pinto para que quede el registro de algo que se va; pinto para que no se vaya. Si la pintura de naturaleza se convierte en un acervo por el solo hecho de representar algo que entonces no existirá, esto que hago no habrá servido de nada”, dice y su voz de pronto revela una veta mineral de dolor ante la idea de la extinción. Pero pronto resurge la voluntad inquebrantable. “Pinto con optimismo, creyendo que lo que hago servirá para que el hombre cambie, para que actúe. Todavía hay naturaleza a nuestro alrededor e incluso en el jardín de nuestras casas es posible encontrar escenas hermosas de la vida de los animales. La charrasca, el tordo, el hornero y otras muchas especies se las han arreglado para vivir cerca del hombre, aunque seamos la especie más peligrosa sobre la faz de la Tierra”, comenta.
El periodista suele buscar ese momento en que todo se rompe y todo cambia, ¿qué le brindará a Rodríguez la calma de sumergirse en el paisaje?
“Estar en contacto con la naturaleza agudiza nuestros sentidos adormilados, nos vuelve más sensibles, nos tranquiliza y nos relaja, nos hace tener una dimensión más realista de lo importante y lo accesorio, nos cura física y emocionalmente, y estoy convencido de que nos hace mejores personas”, no duda en contestar. 

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