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Seremos juzgados en el amor

Sabado, 25 de noviembre de 2017 00:00

La Iglesia Católica y muchas comunidades cristianas se rigen por el calendario litúrgico para organizar sus celebraciones y el año en general. Es bueno este tiempo para ir cerrando el año. Para hacer un balance de nuestras actividades, pero sobre todo de nuestras actitudes, cómo hemos enfrentado las diversas situaciones que provienen de nuestras obligaciones, de nuestra vida en general.

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La Iglesia Católica y muchas comunidades cristianas se rigen por el calendario litúrgico para organizar sus celebraciones y el año en general. Es bueno este tiempo para ir cerrando el año. Para hacer un balance de nuestras actividades, pero sobre todo de nuestras actitudes, cómo hemos enfrentado las diversas situaciones que provienen de nuestras obligaciones, de nuestra vida en general.

Un año que comienza, aparentemente, es el paso de un día al otro. De hecho muchos compromisos siguen allí. No se trata de hacer "borrón y cuenta nueva". Tampoco de esconder los problemas bajo la alfombra. Mucho menos el fatalismo desesperante.

Un año que comienza, es una oportunidad para revisar y cambiar nuestros modos de abordar la vida. Es cambio y continuidad. ¿Qué es el juicio del que habla el padre Astete?, los cristianos hablan de un juicio al final de la vida de cada uno y un juicio final, de un Dios sentado en un estrado revisando nuestra existencia para definir nuestro destino final y definitivo. Cielo o infierno. No es algo que me preocupa en mi existencia porque el primer juicio lo debemos hacer nosotros mismos mirando seriamente, sin mentirnos hacia adentro, a nuestra conciencia y nuestro corazón. Ninguna vida eterna se edifica sino pasa por la vida terrenal. No hay mejor forma de ganarse el cielo que entregando la propia vida al servicio de los demás, al servicio del bien común. Lo decía Pedro Casaldáliga, el obispo poeta de los pobres, "para mí, ser un hombre o una mujer espiritual es vivir en profundidad, asumir opciones dignas de una vida humana. Ser coherente, abrirse a las necesidades del prójimo. Celebrar la vida. La vida eterna es la convivencia plena con el Dios vivo, y con todos los hijos e hijas de Dios".

En este contexto podemos decir que la muerte pierde su dramatismo, a pesar del dolor humano, y se convierte en una puerta para el encuentro amoroso con Dios, con quien nos fundiremos en un abrazo eterno. Un encuentro total, y nosotros solos, absolutamente despojados, solo con nuestra existencia, porque las mortajas no tienen bolsillos. Como decía Francisco, el Papa, "nunca he visto un camión de mudanzas detrás de una pompa fúnebre". El infierno y la gloria, el castigo o el premio, no dependerá de la sentencia impiadosa de Dios -como nos lo enseñaron-, porque esencialmente Dios es amor, sino de nuestro uso de la libertad, de nuestro compromiso consciente con los pobres. No son vagos, son pobres. Requieren nuestro cuidado, nuestra atención, nuestro afecto. Deben dejar de ser marginales, están y son visibles. Integrarlos es la forma de armar una vida nueva para ellos y para nosotros.

Un año que comienza, es un desafío para vivir la vida a pleno y nos invita a hacer nuestro propio juicio frente al espejo para mirar el interior y aprender a perdonarnos, a perdonar, a proyectarnos renovados para afrontar los vaivenes de la vida cotidiana en un nuevo año. Se aproxima un año nuevo, lleno de cambios sociales, políticos, legislativos, y nada mejor que prepararse con un corazón bien dispuesto, la inteligencia atenta y una actitud de esperanza. Los pobres nos ponen a prueba para superar nuestro egoísmo y los falsos sofismas que pululan para desprestigiarlos, desde construir muros para tapar sus villas, hasta los muros que le ponemos a nuestros ojos y a nuestro corazón para negarlos. "Al final de la jornada, seremos juzgamos en el amor" (San Juan de la Cruz).

 

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