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"Al cine argentino no independiente le falta una mayor cuota de riesgo”

Entrevista a Santiago Mitre, cineasta.
Jueves, 31 de agosto de 2017 22:49

El realizador Santiago Mitre volvió al ruedo con “La Cordillera”, donde la realidad y lo fantástico se mezclan en el contexto de una cumbre de presidentes latinoamericanos. En diálogo con El Tribuno, afirmó que al cine argentino no independiente le falta riesgo, que los ámbitos de poder le generan intriga y que admira a su colega salteña Lucrecia Martel.

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El realizador Santiago Mitre volvió al ruedo con “La Cordillera”, donde la realidad y lo fantástico se mezclan en el contexto de una cumbre de presidentes latinoamericanos. En diálogo con El Tribuno, afirmó que al cine argentino no independiente le falta riesgo, que los ámbitos de poder le generan intriga y que admira a su colega salteña Lucrecia Martel.

Tus otros filmes eran más realistas, en La Cordillera emerge lo fantástico ¿cómo nace ese cruce?
Es parte del esqueleto original. Con Mariano Llinás, el coguionista, veníamos hablando de una película sobre un presidente que lidiara con la intimidad, el ejercicio del poder, entre su objetivo macropolítico que tiene que ver con la cumbre de presidentes y un pequeño conflicto en relación a su hija. Luego apareció la idea de introducir un elemento fantástico y que la película fuese virando hacia una zona más extraña e inquietante. Ahí nos dimos cuenta de que teníamos un material que podía ser novedoso en el retrato del poder. Cuando veo la película es lo que más me entusiasma: cómo se van sembrando distintos elementos, hasta que en un momento estás en un territorio completamente diferente al que estabas en el principio de la película. En “La Cordillera” me di cuenta de cuánto me gusta jugar con los géneros. Ya lo había hecho, pero con géneros en clave realista. Acá me permití desconfiar un poco más del realismo.

¿El poder, como universo, genera también inquietud?
Claro, en eso se representan mucho nuestras percepciones en torno al poder, a la política y demás. Siempre hay un velo de misterio: uno nunca sabe por qué se toman las decisiones que se toman y por qué suceden las cosas que suceden. Eso se ilustra muy fácil pensando en las muertes que rodean a la política en democracia. Uno nunca sabe bien qué es lo que sucedió y nunca se devela exactamente nada de eso. Al pensar en una película sobre el poder, eso era lógico, no sé si en términos objetivos, jugar con cierta iconografía en términos de misterio y elementos casi del terror.

En “El Estudiante” y “La Patota” aparece la cuestión del poder. ¿Por qué creés que ocurre?
Los ámbitos de poder me generan mucha intriga. Después, creo que una película nunca es una conclusión, sino la apertura hacia algo más. Creo en un cine que abre preguntas, no que cierra puertas. Hacer una película siempre es preguntarse cosas sobre un tema. Luego esas ideas te quedan rebotando en la cabeza y generan nuevas posibilidades de abordaje del mismo tema. La génesis de “La Cordillera” viene arrastrándose desde “El Estudiante” cuando pensábamos qué sería de este personaje, de Roque Espinoza, en el futuro. En algún momento, alguien dijo: “Por ahí es presidente”. Y ahí apareció la fantasía de hacer una película sobre un presidente.

Es una idea antigua...
Sí, como fantasía. Inaugurar esa posibilidad: retratar la política en términos ficcionales. Es casi un género. Y es algo que el cine argentino no había hecho nunca. Soy militante de la ficción, porque puede impactar en la realidad de un modo mucho más sucio que la realidad.

¿Cómo construiste el vínculo entre el presidente y su hija?
Marina es el personaje más conmovedor de la película. También hay algo en torno de los hijos del poder de la política, pero también de los empresarios. Poderosos, por algún motivo, que siempre me interesó. Los veo como un poco fragilizados, como haciéndose cargo de una exposición que no les pertenece, que la heredaron y que no saben cómo procesarla. Algunos se aprovechan de esa herencia para sacar rédito y construir una carrera, algunos no: no saben cómo procesarla y la rechazan. Marina está muy dañada, con trastornos emocionales y psiquiátricos. Es alguien que dijo: “Yo no puedo vivir la vida pública de mi padre. No estoy dispuesta a sacrificar mi intimidad”. Es la que viene a romper un poco en la película, en la política que es ese ámbito de control y simulación. Marina no quiere ser controlada ni simular. Entonces es un peligro para su padre, para su entorno y para la película. 

La oposición hacia el padre aparece en Paulina, de “La Patota”.
Es posible. En “La Patota”, estoy de acuerdo con el padre. A la vez, Paulina como víctima me resulta conmovedora y creo que nunca hay que oponerse a una víctima, sino escucharla y acompañarla. Me parece que es una película más singular en cómo caracteriza su personaje.


 

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