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Laberintos humanos. Ingratitud

Martes, 27 de marzo de 2012 18:47

Por la mañana, el Pedro subió a su moto para viajar a los valles pero se detuvo en el almacén de don Pinto, donde el dueño ya estaba tomando unas cervezas. Como a las diez, vieron pasar la camioneta de don Braulio, que se detuvo para compartir unos tragos. ¿Para donde va, don Braulio?

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Por la mañana, el Pedro subió a su moto para viajar a los valles pero se detuvo en el almacén de don Pinto, donde el dueño ya estaba tomando unas cervezas. Como a las diez, vieron pasar la camioneta de don Braulio, que se detuvo para compartir unos tragos. ¿Para donde va, don Braulio?

Para los valles, le respondió cuando el Pedro vio que en la cabina estaba sentada doña Timotea con su sombrero de ala redonda lustradito. Hicieron como que no se vieron, como si ella no le hubiera jurado que viajaría abrazadita, sentada de lado a la grupa de su motocicleta, y tras la cuarta cerveza don Braulio subió a su camioneta y se alejó, acompañado de la mujer, por el sendero que trepa la cuesta.

Mire que son ingratas las mujeres, le dijo don Pinto al Pedro. Así son, le respondió el Pedro viendo la polvareda que se alzaba a lo lejos ya, entre las vicuñas que saludaban el amor que nacía con la hora de la oración y que, contra lo prometido, no era el suyo. Que cosa, dijo.

Mejor así, le dijo don Pinto, no fuera cosa que supiera de su ingratitud ya con una parva de hijos. Mejo así, lagrimeó el Pedro, que los dolores nos duelen menos cuando se nos anticipan, y previendo que acaso fuera mucho vicio el de amanecerse bebiendo, se despidió con las primeras estrellas para regresar a su casa, olvidado, por ese día, de su viaje a los valles.

Se echó en el colchó avejentado de su catre y dicen que habrá soñado con la pollera roja de doña Timotea, pero al despertar ya lo había olvidado y subió a su motocicleta para viajar a los valles por algún motivo que ignoramos.