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23 de Abril,  Jujuy, Argentina
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Otra dimensión de la fe al pie de la subida a Tunalito

Sabado, 31 de marzo de 2012 21:17

POR RICARDO DUBIN.

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POR RICARDO DUBIN.

Un buen delantero lo sabe: el tema es estar en el lugar correcto en el momento justo. Hay veces en que es la suerte o el destino quien nos deja caer allí, testigos de algo que nos resulta asombroso, y que no siempre somos capaces de describir. Trataré de hacerlo: subíamos de Jujuy en la tarde del viernes, cansados de un día en el que hubo médicos, compras y supermercados, cuando en un recodo de la ruta 9, ya habiendo dejado atrás el cruce de Purmamarca, nos sorprenden unas luces en el cerro.

No es más que eso, o: no es más que eso lo que vemos. Poco más abajo, a la vera de Tumbaya, los puestos seguían vendiendo sus comidas nocturnas. Poco más arriba, donde la cruz de Tunalito marca el punto del ascenso a Punta Corral, los puestos estarán casi en las sombras. Hay alguna luz turbia por el humo de las brasas, alguien tiene un bastón de rama en las manos y casi todos tienen camperas. Pero esto que les cuento es un poco antes, en una curva desde la que se ve todo ese huayco que baja hacia el río Grande.

En algún lugar de esas sombras, lo recuerdo, hay un enorme cardón en el que la gente clava la colilla de los cigarrillos a modo de ofrenda, pero ahora no vemos nada. Estamos en la otra banda, en esa curva de que les hablo. La noche está cerrada por las nubes. Andrea apaga el motor del auto, sobre la banquina, baja las luces y enciende un cigarrillo. Como el estéreo no funciona, nada puede interrumpir ese momento: poco a poco, sobre la falda del cerro, van apareciendo decenas de luces titilantes.

Sigo recordando. Cerca de Tres Cruces, en una cueva en el otro extremo de esta Quebrada, hay (o había) pinturas rupestres. Una de ellas marca el ascenso de centenares de triangulitos serpenteando un camino. Hay cierta perspectiva: los de abajo son levemente más grandes. Hay una hilera de triangulitos de un color, otra de otro y otra de otro, como si fueran distintos grupos. Muchas veces pensé en esta pintura, varias veces milenaria, cuando estaba al pie de las Siete Vueltas, en el ascenso de los peregrinos por Tilcara.

Acaso aquel pintor lejano en el tiempo haya vivido una experiencia parecida a esta: el extremo silencio de la noche, las nubes cubriendo toda estrella que pudiera haber en el cielo y los hombres, como pequeños Prometeos invisibles, subiendo nuevamente los luceros. Al rato, la pupila y el alma se habitúan y lo vemos más claro: la línea de linternas o de antorchas marca el sendero que sube desde la playa seca del huayco hasta lo más alto, donde el negro cerro se funde con la negra noche y palpita una luz mayor, que pienso que debe ser un foco.

Se repite año a año

Pienso en todo lo que sabemos porque se repite año a año ante nuestros ojos: el arte de las ermitas, la fuerza de los sikuris, la fe no ya como la conclusión de un teólogo sino como un gesto, un sonido, una imagen y la consciencia de que la ofrenda es atendida en alguna parte. Como las líneas de Nazca, que tienen muchos siglos en el desierto y sólo se ven desde los cielos, estas son igualmente misteriosas y bordan la pollera del cerro por una noche, o el tramo de una noche, pero de una noche que se repite año a año y se ve desde determinadas curvas de la ruta 9. Acaso, como la vimos nosotros, sólo desde una.

Los japoneses sorprenden con una forma de eternidad distinta a la de las enormes construcciones de piedra: los templos son levantados en madera, que es perecedera, pero de una forma igual cada vez, de modo que el templo de hoy y el de hace mil años, aunque materialmente otro, es visualmente el mismo. Algo de eso quiero decir, no el camino que sube serpenteando el cerro, sino las luces que se encienden, una tras otra, una vez al año pero siempre de la misma forma.

Andrea enciende el motor y arrancamos para terminar nuestro viaje y llegar a Tilcara, ya cansados del día. Entonces pienso que hay momentos que quieren explicarnos algo que, probablemente, no llegamos a comprender y de los que sólo podemos decir nuestro asombro, y que esas luces dibujando el ascenso del sendero como bordándolo en el cerro, fue uno de esos momentos.