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17 de Mayo,  Jujuy, Argentina
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Historia y Origen, propuestas de Rioja y Mur

Martes, 28 de agosto de 2012 20:45

En su adhesión al Bicentenario del Exodo Jujeño y a la importancia que tiene el mes de agosto en la Quebrada, el museo “José Antonio Terry” ha abierto en sus salas tilcareñas dos muestras plásticas. Que una de ellas, la de Ariel Rioja, lleve por título "200 Años de Historia", y que la otra, de Hernán González Mur, se llame "Origen", ya nos empieza a hablar de un tiempo en el que, tanto en la región como en el país, se piensa el pasado como la fuente de lo que somos.

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En su adhesión al Bicentenario del Exodo Jujeño y a la importancia que tiene el mes de agosto en la Quebrada, el museo “José Antonio Terry” ha abierto en sus salas tilcareñas dos muestras plásticas. Que una de ellas, la de Ariel Rioja, lleve por título "200 Años de Historia", y que la otra, de Hernán González Mur, se llame "Origen", ya nos empieza a hablar de un tiempo en el que, tanto en la región como en el país, se piensa el pasado como la fuente de lo que somos.

Ello no implica que la recurrencia al pasado sea dicha en el sentido estilístico sino, acaso, en ese conjunto de imágenes, algunas de ella con fuerte contenido simbólico, que hacen a sus contenidos. Sin embargo, en ambas muestras hay como un oasis que señala, al mismo tiempo que una referencia de significado, también al modo de encararlo.
Hablo de dos capillas. La de Mur entre tantas obras donde el conjunto y los personajes se rearman en geometrías lumínicas; la de Rioja en un claro homenaje a la paleta de Vincent Van Gogh. Ambas capillas sobresalen, a la vez que por componer ese paisaje tradicional en que la fe construye su vivienda en medio de cerros y piedras y cardones, también porque lo representado responde al objeto dentro de la más aristotélica de las mímesis.

Fuera de las capillas, como en nuestros paisajes se encuentran las tierras anchas y los riesgos, aquí están los caminos personales de cada uno de los dos artistas.
El de Ariel Rioja, en esta ocasión, es una serie de grabados y pinturas que me gustaría catalogar como apuntes para una muestra.
Esto no implica una muestra en ciernes y, menos, una propuesta incompleta, sino la apuesta concreta de un artista en un momento de su trabajo.

Estos apuntes incluyen la ya citada iglesia con cielo impresionista, el reverso de un billete con el rostro de Belgrano y el valor de 23, el ocre de las ramas del algarrobo sobre el ocre del muro de la iglesia y, entre otras pocas obras, la que fácilmente se torna en el centro de su muestra: cuatro pares de piernas yendo junto a la rueda de una carreta de la que cuelga una vasija que se supone que es de metal.
Dos de esas piernas, bajo el barracán del pantalón, tienen los pies vendados. Otras son las patas de un caballo y andan como las primeras y como las terceras, que llevan ojotas bajo la falda violeta.

Las otras cuelgan de la carreta, de la que no se ve sino su rueda y algunas tablas, y son de un niño descalzo. Este éxodo, porque nunca dudamos que lo sea ya se trate del histórico o de cualquier abandono del pago, no precisa más que esa altura para expresarlo todo: suponemos allí el cansancio, la tristeza y la lejanía. Los cuerpos y los rostros no serían más que redundancias.
Los apuntes de Rioja tienen, entonces, la sobriedad de esos poemas que no precisan de demasiadas palabras para decir lo que quieren decir. Por eso decía yo que no son apuntes porque les falte terminación, sino porque es así como quiso decir lo que tenía que decir en oposición a la muestra de Mur, donde la fuerza de los colores y la pertenencia de todas las obras a una misma idea.

Fuera de la ya citada capilla, el mundo que Mur nos muestra lo vuelve a componer en base a figuras de luz y de colores que no alcanzan a distorsionar a los personajes y, a veces, tampoco a su contorno. Los músicos son músicos. En sus caras, en sus manos y en sus cuerpos está la indudable pasión del sonido y de la fiesta.
Hay una mujer, dentro de una habitación con una ventana, rodeada de los elementos de cocina que manipula, y hay mujeres que se quiebran en los reflejos húmedos de una selva.
Hay procesiones, incluyendo aquella jaculatoria kolla a los pies de la capilla, donde los promesantes son ya sus ropas y sus sombreros y sus posturas. Pero en ellos se da un extraño encanto, porque no tienen rostro y podría hablarse de la personalidad de cada uno. Son una multitud y son cada uno de ellos. Cosas del pincel, en todo caso, que ya en Origen como en 200 Años de Historia tienen algo que decir, y lo dicen.
 

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