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Laberintos humanos. Caballo y fama

Viernes, 03 de agosto de 2012 19:12

Colque y Moreira habían apostado, Colque a su mujer y Moreira a su caballo. Los habían apostado a un sencillo juego de cartas: la cosa era ver quien sacaba la carta de mayor valor, pero en la primera mano salieron dos reyes y en la segunda dos caballos, con lo que ninguno había ganado. La tercera mano parecía ser la que decidiría el destino, y Moreira volteó su carta y vio un dos de bastos.

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Colque y Moreira habían apostado, Colque a su mujer y Moreira a su caballo. Los habían apostado a un sencillo juego de cartas: la cosa era ver quien sacaba la carta de mayor valor, pero en la primera mano salieron dos reyes y en la segunda dos caballos, con lo que ninguno había ganado. La tercera mano parecía ser la que decidiría el destino, y Moreira volteó su carta y vio un dos de bastos.

Colque, si sacaba otro dos, empardaba, pero no podía ya perder, al menos en esta mano. Sólo demorar su destino. La mujer de Colque temblaba ante la sola posibilidad de tener que seguir con su vida rutinaria, y Colque se aliviaba porque veía lejana la vergüenza de verla partir a la grupa del caballo de Moreira. Ganaría, además, el caballo de Moreira y la fama de haberlo vencido.

Entonces Colque quiso ver rápidamente su suerte, abreviando la emoción que había acompañado todo el juego. Lo hizo y su carta eran las figuras de tres monedas de oro. Había ganado, lo dijo con una sonrisa cuando su esposa no pudo contener la angustia y se largó a llorar. Pero la escena duró poco, porque entonces Moreira pateó la tabla del mesón diciendo que el destino de las cartas se continuaba en el filo de su cuchillo, que había desenvainado.

No voy a perder el caballo que me regalara Alsina, dijo retrocediendo ante los ojos aterrorizados Colque y corrió hacia la puerta de la casa de la familia Vega, donde había dejado amarrado su caballo. Saltó sobre el corcel, pidió cancha y espoleó las costillas del animal para que corriera en dirección al Río Grande buscando distancias.