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El libro de quejas? ¿está a su disposición?

Lunes, 18 de febrero de 2013 18:00

 La permanente degradación al usuario, contribuyente y cliente se ha convertido en moneda tan corriente en Jujuy, que ya casi se ha asumido que las cosas que ocurren, “son como deben ser”. Hasta se ha perdido de vista quiénes son en realidad, los dueños de la pelota, en este juego perverso donde la falta de respeto a la gente, se completa con un olímpico desprecio por los derechos. Seguramente hay otros temas de mayor trascendencia en la sociedad, pero éste, por ser un tema cotidiano, tiene que ver con la desvalorización permanente de las relaciones urbanas. Se trata de analizar lo que ocurre cuando los jujeños concurren a pagar, a requerir un servicio, o simplemente a realizar una compra. Veamos.

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 La permanente degradación al usuario, contribuyente y cliente se ha convertido en moneda tan corriente en Jujuy, que ya casi se ha asumido que las cosas que ocurren, “son como deben ser”. Hasta se ha perdido de vista quiénes son en realidad, los dueños de la pelota, en este juego perverso donde la falta de respeto a la gente, se completa con un olímpico desprecio por los derechos. Seguramente hay otros temas de mayor trascendencia en la sociedad, pero éste, por ser un tema cotidiano, tiene que ver con la desvalorización permanente de las relaciones urbanas. Se trata de analizar lo que ocurre cuando los jujeños concurren a pagar, a requerir un servicio, o simplemente a realizar una compra. Veamos.

Cajeros automáticos

Los cajeros automáticos se crearon para brindar un servicio esencial: atender los requerimientos de dinero efectivo de toda la gente, a la que primero, se la obligó a bancarizarse masivamente. Los argumentos fueron razonables: cuestiones de seguridad, evitar manejos de fondos de manera peligrosa, paralelamente facilitar el acceso a cuentas y cajas de ahorro (que a veces terminan en inexplicables y exagerados gastos de administración), facilitar el acceso a créditos en los diferentes bancos, viajar con un cómodo plástico con código en vez de torturantes fajos de billetes, etc. etc. El cajero, se convirtió entonces –como en todas partes del mundo- casi en alguien de la familia, bondadoso y generoso, al que en cualquier día y hora se podía recurrir. Pero en Jujuy… se fue haciendo costumbre un costado indeseado: que los fines de semana largos no haya servicio, (el último de carnaval fue un dramático ejemplo), unos cajeros tienen las puertas inseguras o rotas, otros muestran frecuentemente el cartelito de “fuera de servicio”, o simplemente, no tienen plata. Así, este gran hermano electrónico que guarda la plata de la gente, se la niega cuando más la necesita, (nadie concurre a un cajero automático por simples deseos de tocar los billetes “en vivo”). Sucede que los responsables de cargar los cajeros con efectivo, no saben, no pueden, o no les interesa pensar en la gente. Pareciera que son los únicos que no se enteran que hay fines de semana con feriados adjuntos, que hay fines de mes, días de vencimientos, etc. etc., y simplemente, dejan que el usuario… se jorobe. El miércoles pasado, en una casa bancaria de calle Balcarce, los cajeros mostraban en las pantallas un cartel que rezaba fríamente: “la operación no se puede realizar”. Para evitar mayores problemas una muy agraciada empleada del banco (bella, pero aplazada en cordialidad), advertía en la puerta de los inútiles aparatos: “los cajeros no tienen plata”. Cuando los clientes le preguntaban “¿y cuándo tendrán?” se limitaba a decir: “no sé,… esta tarde… en una de ésas….” Los cajeros automáticos, ¿tendrán un mantenimiento serio?, ¿no deberían ser recargados por personal bancario de turno en los feriados?, ¿alguna vez nos acercarán al primer mundo de los servicios sin estas sorpresitas cada vez más frecuentes? Esto no ocurre en todos los cajeros automáticos. Solamente en la gran mayoría.

Los cajeros comunes

Desechada la posibilidad de disfrutar de la tecnología, los jujeños optan (obligados) por buscar su plata en las cajas de los bancos. Entonces llega la otra sorpresa: las casas crediticias, casi todas de moderna arquitectura y diseños estructurales modernos y vistosos, tienen previstos elegantes espacios y numerosos boxes para cajas atendidas por seres humanos comunes y corrientes. Pero, cuando se logra acceder al interior, uno se explica inmediatamente las razones de las largas colas que se enroscan entre corralitos móviles de cintas y elegantes pies cromados. Si hay veinte cajas, sólo hay un par de cajeros atendiendo. Y ese ser humano común y corriente detrás del vidrio, debe tener, igual que el cliente que está en el otro extremo de la cola, una sensación de angustia y de impotencia que sólo se puede digerir con la estoica paciencia –o la mansedumbre provinciana- que se desarrolla tras comprobar que los reclamos son tan inútiles como los famosos “libros de quejas”. Hay que disponerse a esperar, y las agendas y los planes que todos hicieron al salir de casa, naufragan mientras en esas demoras se desperdicia el tiempo de la manera más estúpida posible. Esto no ocurre en todos los bancos, privados o estatales. Solamente en la gran mayoría.

A fuerza de ser sinceros, esta situación no es patrimonio de los bancos. En cada lugar donde existen cajeros, sean comercios, sanatorios y clínicas, oficinas públicas nacionales, provinciales y/o municipales, la situación se repite. La atención es mala, y quizá no sea solamente por ineficacia o indolencia del personal responsable de la atención al público. Quizá mejoraría si los responsables, jefes, gerentes, encargados, pensaran en la gente. Así de sencillo. O que alguien les haga caer en cuenta que todos sin excepción, son empleados de esa gente, que con gusto o a disgusto, les abona sus sueldos con la misma plata que –paradójicamente- tanto les cuesta depositar y pagar en esos fatídicos lugares. Porque hay otras cajas, donde el padecimiento es parecido: las cajas de los supermercados. En esos gigantescos centros de venta, es muy raro – rarísimo- ver que los veinte o treinta puestos de cajas estén cubiertos por sendos cajeros/as. Salvo las excepciones de los días de fin de año, siempre hay sólo dos o tres cajas atendiendo a los clientes. Nadie se explica por qué ocurre esto, ya que los responsables no pueden desconocer las colas interminables y eternas. Esto con algunos agravantes: por razones de organización de nuestra manera de vivir, la hora de la siesta es la preferida por mucha gente (que trabaja mañana y tarde), para realizar sus compras. ¡Maldita hora!: es precisamente cuando los supermercados dejan una sola caja abierta. Así, los veinte o treinta minutos que se realizan en elegir las compras, se duplican esperando para pagarlas. A veces, inclusive, los responsables, supervisores o dueños ponen en ese horario cajeros identificados con pecheras que dicen “personal en formación”, “en entrenamiento” o “aprendices”, es decir, prueban justo a esa hora sus condiciones para el trabajo, y terminan poniendo a prueba mucho más la paciencia de los sufridos clientes. Otra más: la “caja rápida” (solamente diez artículos), siempre es una sola, y por estar tan solicitada por clientes, es más lerda que las cajas comunes. ¿Es mucho pedir que las cajas rápidas sean más de una, para que sean rápidas de verdad? Esto no ocurre en todos los supermercados. Solamente en la gran mayoría.

La respuesta automática

La variante más odiosa de la tecnología del primer mundo –“estilo jujeño”- es la de las centrales automáticas de respuestas. Los famosos 0800, son una tortura. En este rubro, las propias empresas de telefonía celular son las abanderadas del desprecio a la gente, pero no le van en zaga otras empresas privadas, de servicios de agua, eléctricos, de asistencia municipal, de transporte, algunos medios de comunicación (¿?), y hasta algunos organismos del estado que encontraron en este sistema, la más moderna manera de evitar a la gente. El desdichado que tenga que caer en este tipo de “comunicación” puede pasar horas en espera, y hasta queda tarareando por una semana la musiquita que le taladra los oídos mientras se aguarda una voz humana. En algún momento, cuando pareciera que alguien de carne y hueso se conduele de tanto silencio, la desilusión es todavía mayor cuando un mensaje grabado dice: “nuestros operadores están ocupados, por favor, aguarde un momento…”. Algunas empresas hasta tienen el descaro de presentar y promocionar sus “0800” como un “servicio personalizado”. La mentira, con el aditamento de la desvergüenza, ya no tiene límites. Y solamente subsiste por la pasividad de los usuarios, paradójicamente domesticados por incomunicación en la era de las comunicaciones. Claro, esto no ocurre en todos los casos. Solamente en la gran mayoría.
Pero esta costumbre, como decíamos más arriba, se ha extendido como la mancha venenosa sobre todo lo que sea trato con clientes. A los ejemplos: hermosas estaciones de servicio, donde hay cuatro o cinco islas con seis u ocho surtidores de combustible en cada una, pero sólo uno o dos playeros para atender a todos. Importantes comercios donde se advierten florecientes negocios y próspero crecimiento, donde el comprador debe pedir por favor que alguien lo atienda. Oficinas de tarjetas de crédito o centros de pagos, donde los clientes y/o contribuyentes llegan rogando que no llueva o el calor no los asfixie en las colas antes de poder ingresar a ser atendidos. Guardias de servicios de salud, donde lo de “urgencia” es apenas una palabra que muchas veces suena a tomadura de pelo. Bellas y modernas confiterías en pleno centro, donde a la medianoche los mozos (no es culpa de ellos), comienzan a poner las sillas sobre la mesa y a limpiar los pisos, mientras los parroquianos deben apurar el retiro para dejarlos cerrar cuando ellos quieren. Esto, que para los jujeños es normal, es un motivo de asombro para los turistas que lo comentarán luego en sus lugares de origen. Estamos mal. Y no vamos bien. Ya sería bueno subir un escalón en el ranking de la convivencia. Se trata simplemente de esto: de que entiendan quienes prestan servicios, atienden y tratan con la gente, que no pueden hacer lo que se les dé la gana con el tiempo de los demás, ni con su estado de ánimo, ni con su humor. Comprender que el buen trato, la personalización y la cordialidad, y especialmente la consideración con el prójimo, (sobre todo con el que paga), forman parte del cuidado de la calidad de vida de una sociedad con aspiraciones de ser madura. Cuando “se cae el sistema”, no hay nada que hacer. Pero sí podemos cuidar que no se caigan los sistemas que controlan el sentido común y el respeto por el otro.