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“Viendo lo que pasó en Junín, estoy agradecida de que mi hijo esté vivo”

Domingo, 04 de mayo de 2014 19:20

Por  Yamile Abraham para El Tribuno de Salta

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Por  Yamile Abraham para El Tribuno de Salta

Faltaban pocos minutos para salir del colegio y regresar a casa. Guardaba sus útiles después de la última clase, que había terminado a las 13.30. Era el lunes 17 de marzo, apenas dos semanas después del inicio del año escolar, un año de muchos cambios porque era su paso de la primaria a la secundaria.

- “Marcelo vení al gimnasio”, lo llamó un chico de segundo año, cuando se acercaba a la escalera que conecta las aulas del primer piso con el salón de actos, el gimnasio y la puerta principal del colegio jujeño.

No pidió explicaciones, solo lo siguió. Apenas entró al polideportivo recibió un golpe en la nuca. Tastabilló y ensayó un empujón a su agresor para alejarlo. Siguió un forcejeo y el chico de segundo año logró tirarlo al piso. Alrededor había otros. Entre 15 o 20. Dos filmaban con sus celulares. Cuatro amigos de primer año intentaron intervenir. El resto los amenazó: “Si se meten les va a ir peor que a él”. En el suelo, el chico que le pegaba le inmovilizó la mano izquierda. Peor, Marcelo es zurdo. Un golpe en el ojo, otro en la nariz, en el pómulo derecho, en el oído y vuelta a empezar. En 22 segundos recibió 32 golpes. Fue un calvario. El agresor y sus amigos se fueron. Apenas logró pararse recogió sus útiles. Un portero le dijo que hablara con el vicedirector, pero no fue. Cruzó la calle y se compró una gaseosa fría para asentarla sobre el ojo derecho que sentía que se le iba a reventar. Fue a la esquina a buscar un remis. Justo pasó la mamá de una compañera y vecina, que cuando lo vio lo hizo subir.

- “Me caí en la escalera”, mintió.

- “Marcelo eso no es un golpe en la escalera”, le retrucó.

Y por primera vez contó la verdad. La repitió ante la madre. Bronca, impotencia, angustia, enojo, dolor. Dolor en el pecho y dolor en el alma. La violencia escolar o bullying trastoca todo. Vulnera la integridad de las víctimas, incluso sus proyectos de vida; quiebra la confianza de la familia en la escuela y destruye el orden y la paz institucional. En la Argentina se ha convertido en un lamentable fenómeno que hace una semana se cobró la vida de una adolescente de 17 años golpeada hasta morir por una compañera del colegio y dos amigas mayores de edad. “Nos molestaban porque decían que nos hacíamos las chetas”, contó una amiga de Naira Cofreces, la chica que falleció el domingo pasado. Dos días después se conoció otro caso. Una nena de ocho años, golpeada por 5 o 6 chicos de 12; a ella le fracturaron un dedo y le provocaron un hematoma cerebral. El martes 22 de abril, otra vez en Jujuy, un chico de 14 años sufrió bullying. Desde ese día está inconsciente en el hospital; este viernes abrió los ojos pero por unos segundos. Los padres y los médicos esperan verlo recuperarse.

“El colegio trató de ocultar todo, de pasarla. Incluso a mí me dijeron que fue una pelea de a dos, pero cuando tuvimos el video entero se podía ver que mi hijo no golpea en ningún momento. El va con las manos abiertas para protegerse, en cambio el otro chico va con los puños cerrados para hacer daño”. La mamá de Marcelo, el nombre ficticio del chico jujeño de 13 años, enfrentó los obstáculos y prejuicios que hay frente al bullying en las escuelas y colegios, públicos y privados. Sus directivos piensan en la pérdida de prestigio institucional o personal.

El bullying o acoso escolar tiene varias formas: el abuso sexual, la exclusión social, el acoso verbal, psicológico o físico. La regla es que se produce cuando el agresor no es visto, por eso el retraso de los padres y docentes incluso amigos en enterarse.

“A mi hijo lo suspendieron un mes, hasta el 21 de abril. Cuando pedí el traslado, el colegio decidió que los dos alumnos debían continuar, sin importar que había una medida precautoria del juzgado de menores para que el agresor no se acerque a mi hijo a menos de 300 metros. No me querían dar el traslado así que tuve que sacarlo a través del juzgado”, relató la mujer.

Hace una semana y media Marcelo estudia en otro secundario, al que asiste uno de sus mejores amigos. Pero nada es igual para él, su familia y su entorno. Incluso aún no está recuperado de los golpes. Debajo del ojo derecho un hematoma se resiste a disiparse y en la semana que comienza deberá ir al médico para determinar si en las venas de los oídos y de la nariz cerraron las fisuras que tenían. Además, le quedó un nubarrón en el ojo cuando mira hacia arriba. La familia, la psicóloga, los amigos y el nuevo colegio intentan curarle las otras heridas.

“Empezó de nuevo el primer año y estamos todos estudiando de vuelta, con él, tratando de explicarle, de ayudarlo”, contó su mamá. La violencia escolar les cambió la vida. El tiene miedo de salir a la calle y durante largos días estuvo encerrado en su cuarto. Ahora, la madre y las tías de Marcelo lo acompañan a todas partes. Hace pocos días aceptó realizar trabajos en grupo con sus compañeros, pero con la condición de que alguien vuelva con él a casa.

“El chico agresor nunca se arrepintió. Incluso por Facebook dijo que lo volvería a hacer. Esas cosas también te dan bronca, da bronca que no haya gente que se comprometa a evitar que esto suceda, que esté dispuesta a darle atención a estos chicos, porque él no está solo, es un grupo de siete chicos que con antecedentes de actos violentos. Y eso es lo que le planteé al colegio, que si tienen problemas de agresividad, por qué no ponen psicólogos o asistentes sociales o ven cómo contenerlos”, añadió la mujer.

“Viendo lo que ha pasado con la nena de Junín, estoy agradecida de que mi hijo esté vivo. Pero también tengo bronca e impotencia porque fue en el colegio y trataron de ocultarlo, de taparlo; bronca porque la víctima tiene que salir de su ambiente para comenzar de vuelta. Porque hoy, gracias a Dios y al apoyo de amigos, familia, mi hijo comenzó una vida nueva hace dos semanas. Ví a mi hijo triste un mes y medio, no sonreía, no insultaba. Eso te duele”.