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Cuentacuentos

Jueves, 21 de agosto de 2014 00:01

El Tuerto se apellidaba Gómez. Lo llamaban el Tuerto Gómez y había perdido un ojo contra una espada goda que había enfrentado en esta guerra por liberar la patria que nacía. Ya de changuito fue de contar cuentos, y ahora que era un hombre los repetía ante las tropas gauchas a las que San Martín dejara el cuidado de las provincias del Norte.

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El Tuerto se apellidaba Gómez. Lo llamaban el Tuerto Gómez y había perdido un ojo contra una espada goda que había enfrentado en esta guerra por liberar la patria que nacía. Ya de changuito fue de contar cuentos, y ahora que era un hombre los repetía ante las tropas gauchas a las que San Martín dejara el cuidado de las provincias del Norte.

El cuento que más le pedían era el de esa mañana en el que Macarena llegó al campamento de Lumará, tras andar por mar y selva desde su lejana aldea española, para ver que el hombre por el que tanto sufriera, sufría ahora por la agonía de otra mujer, la Leonor, que había sido malherida en un entrevero contra los godos.

Doña Carmen se le acercó a Macarena. Luego escucharía su historia, pero las miradas cruzadas alcanzaban para intuir el drama de dos mujeres que, con igual derecho, reclamaban a uno de sus mejores hombres. Doña Carmen podía tener su corazón junto Leonor, que peleara como un hombre entre los suyos, pero sabía que el amor es una corriente que arrasa sin mayores miramientos.

Sabía que las dos lo amaban con igual ardor, y que Leonor yacía inconsciente por la sangre que perdiera de su herida de combate. Tampoco olvidaba que alguna vez, y no hacía mucho, su propio marido murió enloquecido por la belleza india de Leonor, pero tampoco la culpaba. Y Macarena aceptó ser llevada hacia una de las tiendas para descansar.

Había soñado con encontrar a Carlos y abrazarlo para ya no soltarlo, pero él estaba a la vera de la agonía de esa india para impedírselo.