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Lágrima guerrera

Viernes, 22 de agosto de 2014 00:00

El Tuerto Gómez les siguió contando esa historia que hacía lagrimear a los más duros. Macarena, tras andar por mar y selvas para llegar junto a su hombre, lo tenía ya pero llorando por otra mujer, Leonor, que yacía malherida e inconsciente. Carlos sintió el horror de los abismos de la culpa en su piel.

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El Tuerto Gómez les siguió contando esa historia que hacía lagrimear a los más duros. Macarena, tras andar por mar y selvas para llegar junto a su hombre, lo tenía ya pero llorando por otra mujer, Leonor, que yacía malherida e inconsciente. Carlos sintió el horror de los abismos de la culpa en su piel.

Había aceptado casarse pero no amaba a Macarena. Le había dejado dos hijos cuando se embarcó para guerrear en América, pero ese sentimiento inviolable le había nacido peleando hombro a hombro junto a la mujer que ahora agonizaba. Sin embargo las cosas no eran así de sencillas.

Al ver a Macarena, vio que ya no era la misma que dejara en España. El dolor de haber atravesado con dos hijos el mar, de haber perdido al mayor y de seguir por selvas buscándolo, le teñían la belleza de otra trágica que lo conmovía. Junto a su Leonor agonizando, la Macarena que ahora estaba a su lado era también suya.

Macarena lo corrió y tomó la mano de Leonor. Carlos se puso de pie y dio dos pasos hacia atrás. Macarena pasó su mano por la frente dormida de la mujer yacente, enjugó un paño en un cacharro con agua, le limpió los cabellos, se persignó y se quedó allí para velarla. No dijo una sola palabra ni nadie se la reclamó.

Parecía que Macarena encontraba en la Leonor agonizante a una hermana perdida allá en la infancia, y aunque una era morena por colla y otra por mora, nadie podía dudar de ese amor fraternal que las unía. Carlos se volvió y alzó el brazo para cobijar al changuito que llegó con esa mujer y que era su hijo.