¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

32°
23 de Abril,  Jujuy, Argentina
PUBLICIDAD

Evitando el hambre

Lunes, 04 de agosto de 2014 00:00

De entre los recuerdos que la vieja Macarena relataba ya cuando la guerra enfrentaba a dos bandos patrios, estaban esas dos muchachas muy jóvenes que desembarcaron con ella en la costa del Brasil. Yo buscaba a mi amado, que estaba guerreando por el rey en el Perú, contaba Macarena, pero ellas sólo la poca riqueza que evita el hambre.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

De entre los recuerdos que la vieja Macarena relataba ya cuando la guerra enfrentaba a dos bandos patrios, estaban esas dos muchachas muy jóvenes que desembarcaron con ella en la costa del Brasil. Yo buscaba a mi amado, que estaba guerreando por el rey en el Perú, contaba Macarena, pero ellas sólo la poca riqueza que evita el hambre.

El sueño de esas muchachas era un casamiento oportuno que las rescatara, pero la realidad más inmediata era pasar de brazo en brazo y allí había harto marinero. Quise convencerlas de que me acompañaran ignorando que les proponía un sacrificio al que sólo el amor me obligaba, y así las vi entrar a ese tugurio del que salía mucha música y poca luz.

Yo busqué quien fuera a andar hacia el Perú y di con quienes atacaban las misiones para cazar esclavos. ¿Qué iba a darles a cambio de que me llevaran con ellos? Miré hacia atrás, donde las muchachas debían ya estar ebrias, y pensé que acaso debiera resignarme pero me encontré con la mirada de Pablito, mi pequeño.

Así fui la mujer de uno de esos bandeirantes que cazaban indios para venderlos en las plantaciones portuguesas y no fue un mal hombre. A su lado caminé días y más días dejando prados para entrar en selvas, y así dejaba lejos el mar que me podía regresar a España. La tierra, en cambio, me iba entrando por los pies para volverme otra.

Las enfermedades nos diezmaron. Alguna flecha envenenada hizo el resto. Enviudé de ese lecho sin amor y lo enterré con la fe que aún me sostenía. Pablito, en ese andar, se fue volviendo silencioso.