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Santa Catalina; Puna costumbres y tradiciones

Domingo, 18 de octubre de 2015 12:38
"Estas solita en el Valle, como esperando noticias de la gente que te quiere, que te ama, la Cruz desde los alto te mira y vigila, para que nunca te vayas pueblito de mi Argentina".
Con esas palabras Félix Navarro describe a la localidad más boreal del país, rodeada de cerros ricos en minerales y de un singular colorido, junto al río del mismo nombre se levanta Santa Catalina ubicada a unos 3.802 metros sobre el nivel del mar. Situada al norte de la provincia de Jujuy, a unos 370 kilómetros, un tramo del viaje se hace por Ruta 9 hasta La Quiaca, desde allí hay que continuar la Ruta 40.
Enclavada entre los paisajes impactantes de la Puna jujeña, el pueblo cuatro veces centenario e ícono de la época colonial, supo crecer con la actividad minera de la región. El lugar posee una edificación típica y la fisonomía de un pueblo antiguo, calles angostas de piedra son la característica del poblado.
Devoción
La Iglesia es sin duda uno de los atractivos principales, su construcción data del siglo XVII y lleva el nombre de Santa Catalina de Alejandría, patrona del departamento.
Un tono blanquecino resalta entre el agreste paisaje montañoso, mientras su torre se eleva sobre la puerta principal dividida en dos pisos que culminan en un campanario. Los altares originales fueron reemplazados debido a su frágil estado de conservación, el resto del edificio se encuentra ostentado el estilo colonial que le dio vida. Al igual que la gran mayoría de los pueblos puneños existe una profunda devoción religiosa en sus habitantes, plasmada en la festividad de la Virgen de Canchillas durante el mes de agosto.
En un cerro se encuentra la cruz que protege a sus habitantes, simboliza paz, amor y bienestar espiritual. Cuando transcurría el siglo XIX el lugar fue un importante centro comercial debido a que era sitio obligado hacia Bolivia; con la llegada del ferrocarril a La Quiaca en 1907, la localidad perdió protagonismo. Actualmente cuenta con remozadas plazoletas, quizás la más emblemática es la que recuerda al Maestro Puneño sobre el sector oeste, por toda la labor constante y sacrificada de docentes en una zona antes prácticamente inhóspita.
La localidad se encuentra organizada en una Comisión Municipal, la cual posee una hostería para atención de los turistas, también existen otras de carácter privado. Además dispone un Centro Sanitario y otros servicios básicos para el visitante. Muy cerca de Plaza San Martín se encuentra la antigua casona de la familia Saravia, otra obra arquitectónica digna de admirar. También puede visitarse el Museo Regional Epifanio Saravia con sus maravillosas colecciones.
Costumbres y tradiciones, fiestas populares, gente cordial y ese aire puneño inconfundible prometen experiencias inolvidables casi en la tierra bautizada "Cofre de oro y virtudes". Montañas que se elevan casi hasta los cuatro mil metros impactan a todos los visitantes con su majestuosidad y sus relucientes tonos rojizos. Entre ellas, aparece un puñado de casitas recorridas por calles estrechas y empedradas que disfrutan de una tranquilidad envidiable.

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"Estas solita en el Valle, como esperando noticias de la gente que te quiere, que te ama, la Cruz desde los alto te mira y vigila, para que nunca te vayas pueblito de mi Argentina".
Con esas palabras Félix Navarro describe a la localidad más boreal del país, rodeada de cerros ricos en minerales y de un singular colorido, junto al río del mismo nombre se levanta Santa Catalina ubicada a unos 3.802 metros sobre el nivel del mar. Situada al norte de la provincia de Jujuy, a unos 370 kilómetros, un tramo del viaje se hace por Ruta 9 hasta La Quiaca, desde allí hay que continuar la Ruta 40.
Enclavada entre los paisajes impactantes de la Puna jujeña, el pueblo cuatro veces centenario e ícono de la época colonial, supo crecer con la actividad minera de la región. El lugar posee una edificación típica y la fisonomía de un pueblo antiguo, calles angostas de piedra son la característica del poblado.
Devoción
La Iglesia es sin duda uno de los atractivos principales, su construcción data del siglo XVII y lleva el nombre de Santa Catalina de Alejandría, patrona del departamento.
Un tono blanquecino resalta entre el agreste paisaje montañoso, mientras su torre se eleva sobre la puerta principal dividida en dos pisos que culminan en un campanario. Los altares originales fueron reemplazados debido a su frágil estado de conservación, el resto del edificio se encuentra ostentado el estilo colonial que le dio vida. Al igual que la gran mayoría de los pueblos puneños existe una profunda devoción religiosa en sus habitantes, plasmada en la festividad de la Virgen de Canchillas durante el mes de agosto.
En un cerro se encuentra la cruz que protege a sus habitantes, simboliza paz, amor y bienestar espiritual. Cuando transcurría el siglo XIX el lugar fue un importante centro comercial debido a que era sitio obligado hacia Bolivia; con la llegada del ferrocarril a La Quiaca en 1907, la localidad perdió protagonismo. Actualmente cuenta con remozadas plazoletas, quizás la más emblemática es la que recuerda al Maestro Puneño sobre el sector oeste, por toda la labor constante y sacrificada de docentes en una zona antes prácticamente inhóspita.
La localidad se encuentra organizada en una Comisión Municipal, la cual posee una hostería para atención de los turistas, también existen otras de carácter privado. Además dispone un Centro Sanitario y otros servicios básicos para el visitante. Muy cerca de Plaza San Martín se encuentra la antigua casona de la familia Saravia, otra obra arquitectónica digna de admirar. También puede visitarse el Museo Regional Epifanio Saravia con sus maravillosas colecciones.
Costumbres y tradiciones, fiestas populares, gente cordial y ese aire puneño inconfundible prometen experiencias inolvidables casi en la tierra bautizada "Cofre de oro y virtudes". Montañas que se elevan casi hasta los cuatro mil metros impactan a todos los visitantes con su majestuosidad y sus relucientes tonos rojizos. Entre ellas, aparece un puñado de casitas recorridas por calles estrechas y empedradas que disfrutan de una tranquilidad envidiable.

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