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De la copla al rap, transición en el ámbito de la poesía

Martes, 15 de diciembre de 2015 01:30
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TILCARA (Corresponsal). ¿Alguien habló de transiciones? Pero es que las hay también en el ámbito de la poesía, y más aún en esos versos cantados que hacen a la lírica popular.
No hace mucho que la tonada de la copla dejaba atrás sus vestimentas más lentas y profundas del invierno, con que los copleros que saben vienen cantando desde las Pascuas, para ejercer las más coloridas que brillarán en los carnavales.
Eso hace a una transición que, aunque se viene dejando de lado en las nuevas generaciones, hizo a la relación profunda que nuestra cultura, y con ella nuestra poesía, con el correr del calendario.
Porque así como hay comidas para el calor y guisos para el frío, también la gente nuestra supo que hay modos de cantar en versos distintos cuando la tierra está seca y cuando es verano.
Pero el tiempo tiene dos dimensiones: aquella que se repite cada año con la danza de la tierra en torno al sol, y la que nos acompaña en el transcurso de la vida y nos trasciende de generación en generación.
Y así como en el siglo XVI nuestra tierra se sembró de coplas españolas, que adquirieron un color distinto en cada paraje americano, y que en estas tuvo tierra fértil para adquirir un modo propio, así en este siglo que corre llegaron otros versos en que muchos jóvenes se expresan.
No hay un registro de cómo y en cuanto tiempo la copla de España fue tomando formas nuestras.
No sabemos quién le puso el ritmo de la caja, le intercaló palabras quechuas y la cantó en ronda, dicen, imitando la danza del keú cuando llegan las lluvias.
No sabemos en qué contrapunto, aunque lo hubo, una imilla nuestra concertó su copla pícara para responder a la que el conquistador repetía desde su infancia.
Hoy cada vez son más los chicos que eligen el rap y sus géneros afines para expresarse, y podemos imaginar en ellos una asimilación similar, que aún está por hacerse y que, por ello mismo, puede servirnos para imaginar la de la copla.
Primero fue escuchar el rapeo extranjero, hace algunas décadas en inglés y luego en sus versiones latinas, pero también extranjeras.
Más de un viaje en ómnibus, sin saber que se gestaba un trasplante, algún joven se sentó a nuestro lado para obligarnos a escucharlo desde su teléfono celular. Sonó en radios y desde la ventana de algún vecino en medio del silencio de la siesta.
Casi sin saber cómo, o al menos yo no lo supe, hubo jóvenes que empezaron cantar sus cosas, sus sentimientos, sus pesares, sus preocupaciones, sus desesperanzas, en ritmo de rap.
Cuando uno menos lo esperaba, sobre los escenarios en que se expresaba lo nuestro, entre cueca y copla, fue subiendo algún rapero, y en las calles ya se pueden escuchar a otros jóvenes que repiten los versos y los gestos de los que se animaron a subir a las tablas.
Una suerte de ley interna de la poesía nos permite imaginar el futuro. Las pistas irán tomando colores propios, que eso ya le sucedió a la cumbia, y quien sabe si no habrá un parche y un erquencho, pero sin duda habrá algo nuestro.
Acaso alguna gorra se vuelva sombrero lanudo, no lo sé, pero cada vez habrá más giros idiomáticos propios en el rapeo, cosa que será pasto de estudio para los lingüistas que aún cursan la secundaria.
Y alguna vez, como esa imagen de Santiago cuya capa se parece a un poncho y cuya espada es ya un cuchillo como el del Gauchito Gil, los límites entre la copla y el rap se irán desdibujando hasta que olvidemos que, como ayer los españoles trajeron sus versos populares, el rap nació en un barrio latino neoyorquino.

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TILCARA (Corresponsal). ¿Alguien habló de transiciones? Pero es que las hay también en el ámbito de la poesía, y más aún en esos versos cantados que hacen a la lírica popular.
No hace mucho que la tonada de la copla dejaba atrás sus vestimentas más lentas y profundas del invierno, con que los copleros que saben vienen cantando desde las Pascuas, para ejercer las más coloridas que brillarán en los carnavales.
Eso hace a una transición que, aunque se viene dejando de lado en las nuevas generaciones, hizo a la relación profunda que nuestra cultura, y con ella nuestra poesía, con el correr del calendario.
Porque así como hay comidas para el calor y guisos para el frío, también la gente nuestra supo que hay modos de cantar en versos distintos cuando la tierra está seca y cuando es verano.
Pero el tiempo tiene dos dimensiones: aquella que se repite cada año con la danza de la tierra en torno al sol, y la que nos acompaña en el transcurso de la vida y nos trasciende de generación en generación.
Y así como en el siglo XVI nuestra tierra se sembró de coplas españolas, que adquirieron un color distinto en cada paraje americano, y que en estas tuvo tierra fértil para adquirir un modo propio, así en este siglo que corre llegaron otros versos en que muchos jóvenes se expresan.
No hay un registro de cómo y en cuanto tiempo la copla de España fue tomando formas nuestras.
No sabemos quién le puso el ritmo de la caja, le intercaló palabras quechuas y la cantó en ronda, dicen, imitando la danza del keú cuando llegan las lluvias.
No sabemos en qué contrapunto, aunque lo hubo, una imilla nuestra concertó su copla pícara para responder a la que el conquistador repetía desde su infancia.
Hoy cada vez son más los chicos que eligen el rap y sus géneros afines para expresarse, y podemos imaginar en ellos una asimilación similar, que aún está por hacerse y que, por ello mismo, puede servirnos para imaginar la de la copla.
Primero fue escuchar el rapeo extranjero, hace algunas décadas en inglés y luego en sus versiones latinas, pero también extranjeras.
Más de un viaje en ómnibus, sin saber que se gestaba un trasplante, algún joven se sentó a nuestro lado para obligarnos a escucharlo desde su teléfono celular. Sonó en radios y desde la ventana de algún vecino en medio del silencio de la siesta.
Casi sin saber cómo, o al menos yo no lo supe, hubo jóvenes que empezaron cantar sus cosas, sus sentimientos, sus pesares, sus preocupaciones, sus desesperanzas, en ritmo de rap.
Cuando uno menos lo esperaba, sobre los escenarios en que se expresaba lo nuestro, entre cueca y copla, fue subiendo algún rapero, y en las calles ya se pueden escuchar a otros jóvenes que repiten los versos y los gestos de los que se animaron a subir a las tablas.
Una suerte de ley interna de la poesía nos permite imaginar el futuro. Las pistas irán tomando colores propios, que eso ya le sucedió a la cumbia, y quien sabe si no habrá un parche y un erquencho, pero sin duda habrá algo nuestro.
Acaso alguna gorra se vuelva sombrero lanudo, no lo sé, pero cada vez habrá más giros idiomáticos propios en el rapeo, cosa que será pasto de estudio para los lingüistas que aún cursan la secundaria.
Y alguna vez, como esa imagen de Santiago cuya capa se parece a un poncho y cuya espada es ya un cuchillo como el del Gauchito Gil, los límites entre la copla y el rap se irán desdibujando hasta que olvidemos que, como ayer los españoles trajeron sus versos populares, el rap nació en un barrio latino neoyorquino.

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