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El regreso de la imagen del Cristo de Tilcara

Viernes, 18 de diciembre de 2015 01:30
EL CRISTO MUTILADO.
El Cristo de la cruz del atrio no está en su sitio desde comienzos de agosto, y como si no estuviera ausente, los fieles que bajaban de los barrios altos de Tilcara se siguieron persignando ante la cruz vacía al llegar al pueblo. Su ausencia hace presuponer un robo, como si debiéramos decir que su ausencia fue el cuerpo del delito.
Qué sucedió con su cuerpo en estos cuatro meses es algo que acaso nunca sepamos, pero en la tarde del 14 de diciembre, cuando ya la adoración de los pesebres comienza a anunciar su nacimiento, apareció entre las piedras por las que se cuelan las aguas del río Grande. Sumergido, con verde de óxido y de algas y roto en sus extremidades.
Le faltan las piernas y los brazos, lo que permite ver la oquedad de su hechura, y así se lo fue a buscar desde el templo hasta la comisaría en una peregrinación precedida, como debe serlo en la Quebrada, por una banda de sikuris y por la imagen de su Madre. Tras ella, las angarillas que regresarían su cuerpo herido, y junto a María las mujeres con los ojos rojos por el llanto.
Sentimientos cruzados los del llanto: la alegría por haberlo recuperado y el dolor de verlo mutilado, como si fuera una representación de las horas posteriores a la Pasión. Y así llegó la procesión a las puertas de la seccional 14 para recuperar el cuerpo que fue alzado de regreso a la iglesia.
Un acto cargado de simbolismos que hace pensar en muchas cosas, cuando son las madres las que terminan por recoger los cuerpos de sus hijos, cuando son las mujeres las que lloran en silencio, y cuando la acción incomprensible de alguien llena el aire de un sentimientos pareado de contradicciones.
Ya pasando por la plaza del pueblo, alguien me presenta al joven que lo encontró en el río. Es Marcos Sebastián Quispe, un agricultor de sus rastrojos en Chicapas, quien se sabe parte de algo parecido a un milagro. Nos sentamos en uno de los bancos para que me lo cuente y empieza por decir que "ayer a las dos y media hacía un calor terrible".
Me cuenta que "siempre bajo al río a llevar los animales, mi perro, y salí con mi hijo más. De paso fui a ver si había pescado en el río, y a la ida no encontramos nada. Le saqué fotos a mi hijo, los chicos se metieron al agua, se había bañado el perro y ya me estaba por ir cuando un amigo me llama".
Recuerda que "los chicos se bañaban en un pocito que estaba trancado, yo bajaba jodiendo con los pescaditos hurgando en las piedras, y de repente más abajo me doy con un pocito y en una visión, mirando rápido, vi como una mano que me quería dar. Mi padre dijo que esté orgulloso porque Dios me eligió a mí para que lo encuentre."
Marcos Sebastián Quispe piensa que "ya se vienen las tormentas y la creciente podía hacerlo desaparecer, enterrarlo y no lo encontrábamos más. Lo saqué, lo limpié bien y era el Cristo. Primero llamo a mi hermano para contarle, y luego llamé a la comisaría y los esperé hasta que llegaron y lo entregué".
Nos dice que "yo creo que por lo menos dos meses estuvo, porque ya estaba medio verdoso, tenía arenilla, y el tornillo que tenía en la espalda estaba oxidado. Sé que no voy a misa, todo, pero siempre me despierto, me persigno, rezo, pido por él, y siempre las cosas que he pedido me ha cumplido, así que creo. Le dije a mi hijo que pertenece a la iglesia, los malintencionados lo sacaron, lo tiraron acá, y me eligió para que lo encontrara".

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El Cristo de la cruz del atrio no está en su sitio desde comienzos de agosto, y como si no estuviera ausente, los fieles que bajaban de los barrios altos de Tilcara se siguieron persignando ante la cruz vacía al llegar al pueblo. Su ausencia hace presuponer un robo, como si debiéramos decir que su ausencia fue el cuerpo del delito.
Qué sucedió con su cuerpo en estos cuatro meses es algo que acaso nunca sepamos, pero en la tarde del 14 de diciembre, cuando ya la adoración de los pesebres comienza a anunciar su nacimiento, apareció entre las piedras por las que se cuelan las aguas del río Grande. Sumergido, con verde de óxido y de algas y roto en sus extremidades.
Le faltan las piernas y los brazos, lo que permite ver la oquedad de su hechura, y así se lo fue a buscar desde el templo hasta la comisaría en una peregrinación precedida, como debe serlo en la Quebrada, por una banda de sikuris y por la imagen de su Madre. Tras ella, las angarillas que regresarían su cuerpo herido, y junto a María las mujeres con los ojos rojos por el llanto.
Sentimientos cruzados los del llanto: la alegría por haberlo recuperado y el dolor de verlo mutilado, como si fuera una representación de las horas posteriores a la Pasión. Y así llegó la procesión a las puertas de la seccional 14 para recuperar el cuerpo que fue alzado de regreso a la iglesia.
Un acto cargado de simbolismos que hace pensar en muchas cosas, cuando son las madres las que terminan por recoger los cuerpos de sus hijos, cuando son las mujeres las que lloran en silencio, y cuando la acción incomprensible de alguien llena el aire de un sentimientos pareado de contradicciones.
Ya pasando por la plaza del pueblo, alguien me presenta al joven que lo encontró en el río. Es Marcos Sebastián Quispe, un agricultor de sus rastrojos en Chicapas, quien se sabe parte de algo parecido a un milagro. Nos sentamos en uno de los bancos para que me lo cuente y empieza por decir que "ayer a las dos y media hacía un calor terrible".
Me cuenta que "siempre bajo al río a llevar los animales, mi perro, y salí con mi hijo más. De paso fui a ver si había pescado en el río, y a la ida no encontramos nada. Le saqué fotos a mi hijo, los chicos se metieron al agua, se había bañado el perro y ya me estaba por ir cuando un amigo me llama".
Recuerda que "los chicos se bañaban en un pocito que estaba trancado, yo bajaba jodiendo con los pescaditos hurgando en las piedras, y de repente más abajo me doy con un pocito y en una visión, mirando rápido, vi como una mano que me quería dar. Mi padre dijo que esté orgulloso porque Dios me eligió a mí para que lo encuentre."
Marcos Sebastián Quispe piensa que "ya se vienen las tormentas y la creciente podía hacerlo desaparecer, enterrarlo y no lo encontrábamos más. Lo saqué, lo limpié bien y era el Cristo. Primero llamo a mi hermano para contarle, y luego llamé a la comisaría y los esperé hasta que llegaron y lo entregué".
Nos dice que "yo creo que por lo menos dos meses estuvo, porque ya estaba medio verdoso, tenía arenilla, y el tornillo que tenía en la espalda estaba oxidado. Sé que no voy a misa, todo, pero siempre me despierto, me persigno, rezo, pido por él, y siempre las cosas que he pedido me ha cumplido, así que creo. Le dije a mi hijo que pertenece a la iglesia, los malintencionados lo sacaron, lo tiraron acá, y me eligió para que lo encontrara".

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