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Laberintos humanos. Las ánimas

Domingo, 06 de diciembre de 2015 01:30

Así fue que estuvimos ante la mesa redonda del rey Arturo en los días previos a que sus caballeros salieran a conquistar el Santo Grial. Nosotros no estábamos ordenados como para emprender esa misión, que requería de un protocolo en el que ni por el físico estábamos aptos a cumplir, pero el mismo rey nos pidió que fuéramos.

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Así fue que estuvimos ante la mesa redonda del rey Arturo en los días previos a que sus caballeros salieran a conquistar el Santo Grial. Nosotros no estábamos ordenados como para emprender esa misión, que requería de un protocolo en el que ni por el físico estábamos aptos a cumplir, pero el mismo rey nos pidió que fuéramos.

De ese modo formamos parte de una aventura que nos llevaría por bosques extraños, cabalgando entre princesas rescatadas por la espada de semejantes paladines y por senderos plagados de hechizos que lo volvían todo más difícil. Descendimos por el borde de cascadas cuyas aguas eran estelas de cometas, desoímos sirenas y velamos las armas bajo la luz de la luna llena.

Descendimos cuestas a contraviento cuando ya no muy lejos de Las Ánimas vimos el resplandor asomando por la puerta del puesto y no tuvimos dudas, pero sin embargo nos acercamos cautelosos porque se vuelve difícil creer que se puede alcanzar lo soñado: sobre la mesa de la casa, en medio de una familia humilde, brillaba el cáliz que Jesús rogó que le apartaran.

Ninguno en esa casa parecía comprender el valor de la copa. Galahad, Parsifal y Lancelot se apearon para entrar de rodillas junto a los dueños de casa, que tomaban el té de la noche sin comprender lo que sucedía, pero el padre de la familia se puso de pie, ordenando a sus hijos que les cedieran el lugar a los caballeros.

Coman de nuestro bollo antes de decirnos qué hacen por acá, les dijo y el hambre de los señores del rey Arturo pudo más que su educación.