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Laberintos humanos. Carla Cruz

Martes, 07 de abril de 2015 00:00

Mientras Pedro y Esteban Franco recuperaban sus fuerzas, la muchacha le dijo que se llamaba Carla Cruz y que vivía más allá de las barrancas del lado norte de la quebrada de Huichaira. Cumpliendo con una obligación irracional y antigua, sus familias abandonaban a las muchachas ya grandes entre las ruinas de los edificios que asolaban los Varela.

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Mientras Pedro y Esteban Franco recuperaban sus fuerzas, la muchacha le dijo que se llamaba Carla Cruz y que vivía más allá de las barrancas del lado norte de la quebrada de Huichaira. Cumpliendo con una obligación irracional y antigua, sus familias abandonaban a las muchachas ya grandes entre las ruinas de los edificios que asolaban los Varela.

Como fuera debían irse de ahí mientras latieran los edificios, y los edificios latían durante un tiempo impreciso que el Abuelo Virtual que ella consultaba con su teléfono celular le informó que no se medía sino que se sentía mientras durara. Carla Cruz les contó que sus padres las dejaban con esos teléfonos para que el Abuelo Virtual les dijera lo que pasaba.

Pero eso no nos salva de los espantos, dijo ella cuando los latidos volvieron a sosegarse anunciando un nuevo ataque de las montoneras motoqueras. Los últimos latidos se mezclaron con los primeros motores de las motocicletas que empezaban a recorrer los pasillos del edificio abandonado, y los cuatro decidieron seguir subiendo trepando por las cañerías de la parte interior del edificio.

Ese no era un camino propio para motos, pero tampoco era un buen trecho. Subieron los siete pisos que los llevaron a la azotea, donde trabaron como pudieron la puerta a que daba la escalera para frenar, al menos por un tiempo, el nuevo ataque de los bárbaros. Hacia la noche pudieron ver por la luz de la luna que los edificios estaban rodeados por barrancos a uno y otro lado, pero no era imaginable poder saltar desde allí.

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