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Siete Cuentos Ilustrados y Raúl Prchal en Humahuaca

Domingo, 24 de mayo de 2015 00:00
RAÚL PRCHAL LARGA BARBA QUIJOTESCA, PILOTO NEGRO Y UNA SONRISA EN LA QUE HAY ALGO DE MALDAD INFANTIL.
Comienza diciendo que vive hace cuarenta años en Humahuaca y que nadie debe buscar algo regional en sus cuentos. Son Siete Cuentos Ilustrados, un librito de factura artesanal que presentó recientemente en el Museo Folclórico Regional. Dice esas y otras cosas clavando sus ojos pequeños en un público que lo escucha con respeto.
Resume una película basada en un cuento suyo: no queda más vino en la damajuana, y deja la hoja a medio escribir en el rodillo de la máquina Olivetti para transitar las calles de una Humahuaca marginal. La odisea no es liberar una doncella ni matar al dragón sino comprar más vino, pero aclara que no bebe desde hace tres años ya.
Acaso junto a nombres como los de los paceños Jaime Saenz y Víctor Hugo Vizcarra, la obra de Raúl Prchal pertenece a un género altiplánico con vaivenes de resaca, oscuridades y lucidez de ese suburbio que transitó para dar testimonio y, en su caso, sobrevivir. Y de esas esquinas desde las que tecleó su literatura, emerge como una figura que se sabe mítica.
Larga barba quijotesca, piloto negro que define de escritor, una sonrisa en la que hay algo de maldad infantil y ojotas de caminante lo enfrentan a la sala llena que asiste a la presentación de su libro. Hace referencia a aquel Viento Quebradeño (1991-1997), semanario mecanografiado que toda Humahuaca buscaba porque le daba espacio a chismes pequeños y sabrosos.
Su novela El Francotirador fue muchas veces fotocopias de mano en mano antes que un libro, y como otros casos de nuestra literatura, entre ellos como Macedonio Fernández, es más conocido por su fama que por su lectura.
Nacido en 1942 en la provincia de Buenos Aires, Prchal participó en 1966 de la Comunidad del Arca, experiencia encabezada por un discípulo de Gandhi. Vive desde 1975 en una Humahuaca que conoció en 1967, y sus ideales anarquistas tanto como su visión poética de la marginalidad le hicieron emprender numerosos y pasajeros experimentos colectivos a los que el tiempo remontó hacia lo memorable.
Su obra literaria depende profundamente de ese mito que es él mismo. Los Siete Cuentos, que son su séptimo libro y que nos dedica con las palabras "paz y coraje", se sostienen casi sin la necesidad de dibujar personajes. El personaje siempre es él, y siempre hay una primera persona desde la que se lo cuenta a pesar de que algunos relatos fingen la tercera persona.
Todos los cuentos de esta edición apuntan a una sorpresa que es, de algún modo, un chiste del que Prchal se ríe sin necesidad de ninguna complicidad.
Ninguno cumple con las exigencias del género ni son ejemplos de taller literario, y sin embargo son efectivos. Nos llevan desde una situación inicial, por medio de la nebulosa de un contexto que apenas se forma, hacia una luz final.
Dice en algún párrafo de Origen y Peripecias de esos Cuentos, casi al final del libro, que "alguien me dijo que le habían enseñado que antes de comenzar un relato debía tener una idea bien clara sobre su desarrollo y, sobre todo, del final. Yo nunca sé hacia donde me conducirán los primeros renglones, las primeras páginas borroneadas con tachaduras y llamadas que conducen a la página siguiente."
Fiel a este dogma, fiel también a la autoedición, Raúl Prchal transita la literatura con paso socarrón, con bastón y porte desgarbado, con fama de extraño que ejerce en cada palabra, y con una mirada fija que nunca deja de provocar al otro, porque el otro de Raúl Prchal es siempre un alguien a quien provocar.

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Comienza diciendo que vive hace cuarenta años en Humahuaca y que nadie debe buscar algo regional en sus cuentos. Son Siete Cuentos Ilustrados, un librito de factura artesanal que presentó recientemente en el Museo Folclórico Regional. Dice esas y otras cosas clavando sus ojos pequeños en un público que lo escucha con respeto.
Resume una película basada en un cuento suyo: no queda más vino en la damajuana, y deja la hoja a medio escribir en el rodillo de la máquina Olivetti para transitar las calles de una Humahuaca marginal. La odisea no es liberar una doncella ni matar al dragón sino comprar más vino, pero aclara que no bebe desde hace tres años ya.
Acaso junto a nombres como los de los paceños Jaime Saenz y Víctor Hugo Vizcarra, la obra de Raúl Prchal pertenece a un género altiplánico con vaivenes de resaca, oscuridades y lucidez de ese suburbio que transitó para dar testimonio y, en su caso, sobrevivir. Y de esas esquinas desde las que tecleó su literatura, emerge como una figura que se sabe mítica.
Larga barba quijotesca, piloto negro que define de escritor, una sonrisa en la que hay algo de maldad infantil y ojotas de caminante lo enfrentan a la sala llena que asiste a la presentación de su libro. Hace referencia a aquel Viento Quebradeño (1991-1997), semanario mecanografiado que toda Humahuaca buscaba porque le daba espacio a chismes pequeños y sabrosos.
Su novela El Francotirador fue muchas veces fotocopias de mano en mano antes que un libro, y como otros casos de nuestra literatura, entre ellos como Macedonio Fernández, es más conocido por su fama que por su lectura.
Nacido en 1942 en la provincia de Buenos Aires, Prchal participó en 1966 de la Comunidad del Arca, experiencia encabezada por un discípulo de Gandhi. Vive desde 1975 en una Humahuaca que conoció en 1967, y sus ideales anarquistas tanto como su visión poética de la marginalidad le hicieron emprender numerosos y pasajeros experimentos colectivos a los que el tiempo remontó hacia lo memorable.
Su obra literaria depende profundamente de ese mito que es él mismo. Los Siete Cuentos, que son su séptimo libro y que nos dedica con las palabras "paz y coraje", se sostienen casi sin la necesidad de dibujar personajes. El personaje siempre es él, y siempre hay una primera persona desde la que se lo cuenta a pesar de que algunos relatos fingen la tercera persona.
Todos los cuentos de esta edición apuntan a una sorpresa que es, de algún modo, un chiste del que Prchal se ríe sin necesidad de ninguna complicidad.
Ninguno cumple con las exigencias del género ni son ejemplos de taller literario, y sin embargo son efectivos. Nos llevan desde una situación inicial, por medio de la nebulosa de un contexto que apenas se forma, hacia una luz final.
Dice en algún párrafo de Origen y Peripecias de esos Cuentos, casi al final del libro, que "alguien me dijo que le habían enseñado que antes de comenzar un relato debía tener una idea bien clara sobre su desarrollo y, sobre todo, del final. Yo nunca sé hacia donde me conducirán los primeros renglones, las primeras páginas borroneadas con tachaduras y llamadas que conducen a la página siguiente."
Fiel a este dogma, fiel también a la autoedición, Raúl Prchal transita la literatura con paso socarrón, con bastón y porte desgarbado, con fama de extraño que ejerce en cada palabra, y con una mirada fija que nunca deja de provocar al otro, porque el otro de Raúl Prchal es siempre un alguien a quien provocar.

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