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La práctica periodística tradicional está en jaque | práctica periodística, Día del periodista, Delegación naval, delegación naval Jujuy

Martes, 09 de junio de 2015 00:00
La práctica periodística tradicional está en jaque. No porque haya abandonado su rol de privilegio en el escenario filosófico liberal sino porque justamente el carácter individualista de esta sociedad ha tensionado su función, a punto tal de mixturar extremos como la tarea de informar o entretener a cualquier precio.
Aquella noción novelesca del periodismo y sus actores, los periodistas, como tutores de la verdad revelada perdió terreno. Si entendemos a la verdad como una proposición que se diferencia de lo que es falso, entonces es sencillo comprender que esta ecuación de opuestos ha caído en desgracia, al menos en esta profesión.
No se trata, y vale la aclaración, de insistir en miradas apocalípticas sobre los medios masivos, sus productores y producciones. Por el contrario, la intención es advertir la complejidad de sus prácticas, sus intereses, el campo de presiones que persiste y sobre todo, que las audiencias tienen enorme influencia en esta coyuntura.
La práctica periodística está hoy tensionada por el comercialismo, la anticipación, la instantaneidad, el absurdo, el sensacionalismo y otros componentes de la sociedad moderna que inciden en la forma de construcción de mundos posibles, pero también en la necesidad de que esos mundos se construyan y se consuman.
Sería una tentación simplista decir que cada sociedad tiene los medios y el periodismo que quiere tener. Pero no es una fecha para sacarse culpas o evitar definiciones. Diría, con mayor precisión, que el periodismo es la condensación de las demandas más íntimas de una sociedad que está dispuesta a correr, sistemáticamente, los límites de lo permitido.
Nuestra capacidad de asombro mediático se transforma a un ritmo vertiginoso. Antes alcanzaba con conocer; hoy es preciso conocer, explorar, entrometerse, experimentar, especular y volver a conocer. No hay barreras para el susto, el espanto o la admiración. Y en esa cadencia se hace periodismo: buscando novedades donde antes había decoro; insistiendo con el hallazgo de lo diferente en un terreno cada vez más masivo.
De allí que el periodismo está en jaque, pero también están en jaque todas las prácticas circundantes. Y por jaque entiéndase transformación, apacible o violenta, pero transformación al fin.
Somos el producto de nuestras propias vanidades o desdichas. Vanidades o desdichas que el periodismo se esfuerza por resignificar y exponerlas hasta el hartazgo, logrando en algunos casos una llamativa naturalización. Al fin y al cabo, "el tiempo escasea, la información nos aplasta y las audiencias han tomado el poder".

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La práctica periodística tradicional está en jaque. No porque haya abandonado su rol de privilegio en el escenario filosófico liberal sino porque justamente el carácter individualista de esta sociedad ha tensionado su función, a punto tal de mixturar extremos como la tarea de informar o entretener a cualquier precio.
Aquella noción novelesca del periodismo y sus actores, los periodistas, como tutores de la verdad revelada perdió terreno. Si entendemos a la verdad como una proposición que se diferencia de lo que es falso, entonces es sencillo comprender que esta ecuación de opuestos ha caído en desgracia, al menos en esta profesión.
No se trata, y vale la aclaración, de insistir en miradas apocalípticas sobre los medios masivos, sus productores y producciones. Por el contrario, la intención es advertir la complejidad de sus prácticas, sus intereses, el campo de presiones que persiste y sobre todo, que las audiencias tienen enorme influencia en esta coyuntura.
La práctica periodística está hoy tensionada por el comercialismo, la anticipación, la instantaneidad, el absurdo, el sensacionalismo y otros componentes de la sociedad moderna que inciden en la forma de construcción de mundos posibles, pero también en la necesidad de que esos mundos se construyan y se consuman.
Sería una tentación simplista decir que cada sociedad tiene los medios y el periodismo que quiere tener. Pero no es una fecha para sacarse culpas o evitar definiciones. Diría, con mayor precisión, que el periodismo es la condensación de las demandas más íntimas de una sociedad que está dispuesta a correr, sistemáticamente, los límites de lo permitido.
Nuestra capacidad de asombro mediático se transforma a un ritmo vertiginoso. Antes alcanzaba con conocer; hoy es preciso conocer, explorar, entrometerse, experimentar, especular y volver a conocer. No hay barreras para el susto, el espanto o la admiración. Y en esa cadencia se hace periodismo: buscando novedades donde antes había decoro; insistiendo con el hallazgo de lo diferente en un terreno cada vez más masivo.
De allí que el periodismo está en jaque, pero también están en jaque todas las prácticas circundantes. Y por jaque entiéndase transformación, apacible o violenta, pero transformación al fin.
Somos el producto de nuestras propias vanidades o desdichas. Vanidades o desdichas que el periodismo se esfuerza por resignificar y exponerlas hasta el hartazgo, logrando en algunos casos una llamativa naturalización. Al fin y al cabo, "el tiempo escasea, la información nos aplasta y las audiencias han tomado el poder".