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Mejoras en la zona rural de El Aguilar

Martes, 22 de septiembre de 2015 01:30
<div>UNA POSTAL / BURROS CARGADOS CON LEÑA QUE GUÍA UNA VECINA DE LA ZONA RURAL DE EL AGUILAR.</div><div>
TILCARA (Corresponsal). Al distrito de El Aguilar se entra tras pasar la garita de la empresa junto al puesto de gendarmería de Tres Cruces. Desde allá la ruta comienza un largo y lento arco que debe andarse en menos de una hora, según las medidas de seguridad de la empresa. El desierto puneño apenas quebrado por alguna majada de llamas, casas y corrales, termina por desembocar en la ciudad minera, cuyas corridas fueron pobladas por más de 10 mil trabajadores y hoy albergan menos de la mitad. Muchos de ellos son de los campos aledaños que vamos a recorrer junto al intendente Sergio Laguna. La Poma, desde donde se ven las salinas como una breve aureola sobre el horizonte; Portillo, en cuya abra se escarpa la piedra; Casa Grande, zona verde donde pastoreara aquel otro Laguna que dejó su vida en el Crucero General Belgrano, una Vizcarra poblada en una de las bandas del río donde se alza la primera secundaria rural del distrito.
Muchas son menciones desde la ventanilla de la camioneta. Aquel huancar de arena en la falda del cerro, los Entre Ríos de la aparición milagrosa, una capilla con la cruz ladeada sobre la cúpula, la osamenta de un burro que volteó un puma, el paso entre peñas que dinamitó el abuelo Laguna que fue campesino pero también trabajó en la empresa minera. Si no todas, muchas de las familias tienen a alguien que trabaja en El Aguilar, y eso marca su memoria y su cultura. Gente de campo, como el mismo intendente, y trabajadores que se llegaron para extraer el mineral. Sergio Laguna llevó sus majadas a la pastura, crió seis hermanas, corrió a Córdoba para cursar parte de la secundaria, volvió para trabajar en la empresa y es el primer intendente del Movimiento Comunitario Pluricultural. Su asesor, Asunción Yurquina, que está corrigiendo una prometida historia de El Aguilar, nos explica que el hecho de que la empresa se haga cargo de la ciudad minera le permite a la intendencia trabajar en la zona rural en una tarea en la que se invierten proyectos nacionales y provinciales, el aporte de la empresa, la gestión municipal y mano de obra local.
Hemos contabilizado cerca de cincuenta casitas blanqueadas de un plan de viviendas y obras que llevan agua hasta el grifo en sus puertas, y sesenta y tres puertas de corrales realizadas con material reciclado en un taller del municipio. Laguna nos explica que el trabajo también ocupa a la gente como modo de combatir el consumo del alcohol. Las viviendas, nos dice, "se hacen en convenio con el Ivuj con la contraparte de la gente, por ejemplo cortando adobes. Es que si no hay una contraprestación no se valora el trabajo, y a eso se le suman la limpieza y arreglo de corrales, prestación en escuela y cementerios, puesta en valor de los puestos de salud con trabajo comunitario, gestión municipal y material aportado por la empresa minera". Son obras que, explica, "se proyectan en el Concejo Deliberante y en las comunidades, así tenemos que poner la mirada en las cuatro direcciones, no podemos mirar en un solo sentido. Por no saber mirar es que surgen muchos problemas", nos dice. "Por eso debemos planificar teniendo en cuenta nuestro sentido de pertenencia". Dice que "tenemos un gobierno más grande que es de la nación, uno grande que es de la provincia, y el gobierno chico del municipio donde administramos en base a lo que ellos nos dan más iniciativas propias, como las captaciones de agua con financiamiento de Desarrollo Social de la Nación para 29 redes con 50 beneficiarios".
Estas obras incluyen el riego de los rastrojos "que se relaciona con proyectos surgidos de las regalías mineras. Hay mucha zona fértil para la siembra y el pastoreo que debemos aprovecharlos, porque sin el trabajo de la tierra se produce el desarraigo. Así ahora se multiplicó la siembra de papa, alfa, cebada, maíz y verduras, y en todos los casos se levantó la producción". Cuando hablamos de los títulos de las casas que se levantan, nos dice que "todo esto es finca Aguilar. Con hacerlos ocupar un espacio donde ya han vivido por siempre no se molesta a nadie, son cosas que se hablan y no hay conflictos". Cruzamos un santuario de Quillacas que congrega su gente entre tolas y viento, caminos que bajan barrancos por una huella en la que apenas pasa la camioneta, lechos de ríos, perros que corren para ochar las ruedas donde no hay tantas emociones, una mujer alzando leña en sus burros y en total casi cuatro horas y media de andar los campos de El Aguilar donde la tradición agraria convive con la empresa minera.

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TILCARA (Corresponsal). Al distrito de El Aguilar se entra tras pasar la garita de la empresa junto al puesto de gendarmería de Tres Cruces. Desde allá la ruta comienza un largo y lento arco que debe andarse en menos de una hora, según las medidas de seguridad de la empresa. El desierto puneño apenas quebrado por alguna majada de llamas, casas y corrales, termina por desembocar en la ciudad minera, cuyas corridas fueron pobladas por más de 10 mil trabajadores y hoy albergan menos de la mitad. Muchos de ellos son de los campos aledaños que vamos a recorrer junto al intendente Sergio Laguna. La Poma, desde donde se ven las salinas como una breve aureola sobre el horizonte; Portillo, en cuya abra se escarpa la piedra; Casa Grande, zona verde donde pastoreara aquel otro Laguna que dejó su vida en el Crucero General Belgrano, una Vizcarra poblada en una de las bandas del río donde se alza la primera secundaria rural del distrito.
Muchas son menciones desde la ventanilla de la camioneta. Aquel huancar de arena en la falda del cerro, los Entre Ríos de la aparición milagrosa, una capilla con la cruz ladeada sobre la cúpula, la osamenta de un burro que volteó un puma, el paso entre peñas que dinamitó el abuelo Laguna que fue campesino pero también trabajó en la empresa minera. Si no todas, muchas de las familias tienen a alguien que trabaja en El Aguilar, y eso marca su memoria y su cultura. Gente de campo, como el mismo intendente, y trabajadores que se llegaron para extraer el mineral. Sergio Laguna llevó sus majadas a la pastura, crió seis hermanas, corrió a Córdoba para cursar parte de la secundaria, volvió para trabajar en la empresa y es el primer intendente del Movimiento Comunitario Pluricultural. Su asesor, Asunción Yurquina, que está corrigiendo una prometida historia de El Aguilar, nos explica que el hecho de que la empresa se haga cargo de la ciudad minera le permite a la intendencia trabajar en la zona rural en una tarea en la que se invierten proyectos nacionales y provinciales, el aporte de la empresa, la gestión municipal y mano de obra local.
Hemos contabilizado cerca de cincuenta casitas blanqueadas de un plan de viviendas y obras que llevan agua hasta el grifo en sus puertas, y sesenta y tres puertas de corrales realizadas con material reciclado en un taller del municipio. Laguna nos explica que el trabajo también ocupa a la gente como modo de combatir el consumo del alcohol. Las viviendas, nos dice, "se hacen en convenio con el Ivuj con la contraparte de la gente, por ejemplo cortando adobes. Es que si no hay una contraprestación no se valora el trabajo, y a eso se le suman la limpieza y arreglo de corrales, prestación en escuela y cementerios, puesta en valor de los puestos de salud con trabajo comunitario, gestión municipal y material aportado por la empresa minera". Son obras que, explica, "se proyectan en el Concejo Deliberante y en las comunidades, así tenemos que poner la mirada en las cuatro direcciones, no podemos mirar en un solo sentido. Por no saber mirar es que surgen muchos problemas", nos dice. "Por eso debemos planificar teniendo en cuenta nuestro sentido de pertenencia". Dice que "tenemos un gobierno más grande que es de la nación, uno grande que es de la provincia, y el gobierno chico del municipio donde administramos en base a lo que ellos nos dan más iniciativas propias, como las captaciones de agua con financiamiento de Desarrollo Social de la Nación para 29 redes con 50 beneficiarios".
Estas obras incluyen el riego de los rastrojos "que se relaciona con proyectos surgidos de las regalías mineras. Hay mucha zona fértil para la siembra y el pastoreo que debemos aprovecharlos, porque sin el trabajo de la tierra se produce el desarraigo. Así ahora se multiplicó la siembra de papa, alfa, cebada, maíz y verduras, y en todos los casos se levantó la producción". Cuando hablamos de los títulos de las casas que se levantan, nos dice que "todo esto es finca Aguilar. Con hacerlos ocupar un espacio donde ya han vivido por siempre no se molesta a nadie, son cosas que se hablan y no hay conflictos". Cruzamos un santuario de Quillacas que congrega su gente entre tolas y viento, caminos que bajan barrancos por una huella en la que apenas pasa la camioneta, lechos de ríos, perros que corren para ochar las ruedas donde no hay tantas emociones, una mujer alzando leña en sus burros y en total casi cuatro horas y media de andar los campos de El Aguilar donde la tradición agraria convive con la empresa minera.

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