La savia última del teatro, noche de buenas puestas

Recorrer una de las jornadas en un festival de teatro puede resultar tan azaroso como injusto. Puede ser que la emoción nos atrape en una trama, o que la velocidad del día no se conjugue con una apuesta novedosa. La misma obra puede conmovernos un día y aburrirnos otro, y una propuesta fuerte puede opacar a la que sigue, que acaso sea mejor. Intentaré hilvanar acá aquello que media entre lo subjetivo y lo que sucedió en escena en la noche del viernes del 8º Encuentro Regional de Teatro.
Cabe recordar que el encuentro, organizado por el Instituto nacional del Teatro representación Jujuy y la Red de Teatro de la Quebrada, contó con la participación de las obras seleccionadas en las fiestas provinciales de Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Catamarca y Jujuy, que se exhiben sin carácter competitivo, y espacios de reflexión y entrenamiento para los teatristas del NOA.
Que cayera la primera lluvia del año sobre Tilcara ayudaba a entrar a las salas, cuyo recorrido comencé en el Salón Municipal, donde "Ni Edith Ni Piaf", del elenco Danza Libre, nos acercó a la danza allí donde limita con la ironía en un karaoke delirante en el que los músicos repetían la melodía con sus movimientos, y en donde el humor, que pronto cede a la emoción, tenía que ver con caídas, con esbozos truncos de sensualidad y melodías imposibles de seguir pero que debe repetir el público.
Del elenco dirigido por Belén Calapeña uno sale de buen humor para seguir hasta la sala Barbarita Cruz, del Capec, donde hizo lo suyo el dirigido por Mauricio Sarmiento. Allí el grupo santiagueño Experimental, "Cuerpo Sin Código", supo aunar la alta calidad de cinco bailarines para un trabajo sumamente bello, sumando lo clásico a la cumbia, el erotismo a la violencia, y componer con ellos una serie de cuadros que, acaso con cierta unidad dramática, tenía más que nada unidad emocional.
Entre los bailarines, sólo uno, tal vez un arlequín de rostro pintado y gesto imperturbable, fue el que puso las escasas palabras que se dijeron en escena, entre ellas que "la danza es un castigo por no haber aprendido a quedarse quietos", suerte de síntesis existencial de lo que se venía viendo en esta obra, "Repartido, Todo Tiene Su Final", tanto como en la anterior: la danza como una compulsión para decir lo que las palabras prefieren olvidar.
Finalmente, contra un muro de adobe del Tinglado Municipal, el dúo catamarqueño La Corredera y La Dulcera, propuso un trabajo con objetos sobre la base de un texto en el que la protagonista rememora sus dolores, el de un padre muerto y un amante confuso, mientras él recita tecnicismos geológicos de la investigación que realizan sobre "Piedra Mojada".
La magia del teatro en que las palabras abundan y aquel de los cuerpos que se estilizan, afloró con generosidad en esta noche, la antefinal del encuentro, reviviendo esa cosa ancestral, ritual por momentos y sarcástica en otros, que nutre la savia última del teatro.

Recorrer una de las jornadas en un festival de teatro puede resultar tan azaroso como injusto. Puede ser que la emoción nos atrape en una trama, o que la velocidad del día no se conjugue con una apuesta novedosa. La misma obra puede conmovernos un día y aburrirnos otro, y una propuesta fuerte puede opacar a la que sigue, que acaso sea mejor. Intentaré hilvanar acá aquello que media entre lo subjetivo y lo que sucedió en escena en la noche del viernes del 8º Encuentro Regional de Teatro.
Cabe recordar que el encuentro, organizado por el Instituto nacional del Teatro representación Jujuy y la Red de Teatro de la Quebrada, contó con la participación de las obras seleccionadas en las fiestas provinciales de Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Catamarca y Jujuy, que se exhiben sin carácter competitivo, y espacios de reflexión y entrenamiento para los teatristas del NOA.
Que cayera la primera lluvia del año sobre Tilcara ayudaba a entrar a las salas, cuyo recorrido comencé en el Salón Municipal, donde "Ni Edith Ni Piaf", del elenco Danza Libre, nos acercó a la danza allí donde limita con la ironía en un karaoke delirante en el que los músicos repetían la melodía con sus movimientos, y en donde el humor, que pronto cede a la emoción, tenía que ver con caídas, con esbozos truncos de sensualidad y melodías imposibles de seguir pero que debe repetir el público.
Del elenco dirigido por Belén Calapeña uno sale de buen humor para seguir hasta la sala Barbarita Cruz, del Capec, donde hizo lo suyo el dirigido por Mauricio Sarmiento. Allí el grupo santiagueño Experimental, "Cuerpo Sin Código", supo aunar la alta calidad de cinco bailarines para un trabajo sumamente bello, sumando lo clásico a la cumbia, el erotismo a la violencia, y componer con ellos una serie de cuadros que, acaso con cierta unidad dramática, tenía más que nada unidad emocional.
Entre los bailarines, sólo uno, tal vez un arlequín de rostro pintado y gesto imperturbable, fue el que puso las escasas palabras que se dijeron en escena, entre ellas que "la danza es un castigo por no haber aprendido a quedarse quietos", suerte de síntesis existencial de lo que se venía viendo en esta obra, "Repartido, Todo Tiene Su Final", tanto como en la anterior: la danza como una compulsión para decir lo que las palabras prefieren olvidar.
Finalmente, contra un muro de adobe del Tinglado Municipal, el dúo catamarqueño La Corredera y La Dulcera, propuso un trabajo con objetos sobre la base de un texto en el que la protagonista rememora sus dolores, el de un padre muerto y un amante confuso, mientras él recita tecnicismos geológicos de la investigación que realizan sobre "Piedra Mojada".
La magia del teatro en que las palabras abundan y aquel de los cuerpos que se estilizan, afloró con generosidad en esta noche, la antefinal del encuentro, reviviendo esa cosa ancestral, ritual por momentos y sarcástica en otros, que nutre la savia última del teatro.