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Laberintos humanos. Semejante odisea

Miércoles, 28 de diciembre de 2016 01:30

Por aquellos años, tras tantos de guerra en estas provincias, el comandante Santamaría y Prístino Quispe llegaron a la iglesia de Humahuaca para pedirle ayuda al padre Buenaventura. En el huayco hay harto duende, le dijeron, y acaso sea necesario ir con una procesión, con todas las imágenes que hay en la iglesia, para logar que las wawas descansen en paz.

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Por aquellos años, tras tantos de guerra en estas provincias, el comandante Santamaría y Prístino Quispe llegaron a la iglesia de Humahuaca para pedirle ayuda al padre Buenaventura. En el huayco hay harto duende, le dijeron, y acaso sea necesario ir con una procesión, con todas las imágenes que hay en la iglesia, para logar que las wawas descansen en paz.

Pero el padrecito, obeso como era y acostumbrado a perdones más pueblerinos, veía semejante odisea como algo casi imposible. ¿Qué pasa si la gente evita pasar por ese huayco?, sugirió, pero Prístino Quispe le respondió que eso es lo que hacía la gente, trepando el cerro para dar un rodeo por lejos del mal trecho.

Tras varios tiras y aflojes, el comandante resolvió treparse al campanario y convocar a la vecindad. Cuando fueron llegando, les explicó que el paso de las tropas, unas de un bando, otras del otro, había preñado el huayco de duendes, y que sólo una procesión podía lograr que la gente cruzara sin peligros.

O acaso no sea suficiente, hay que intentarlo, y cuando la decena de feligreses volcó su mirada hacia don Buenaventura, el bueno pero perezoso sacerdote no tuvo otra alternativa que asentir. Así fue que se convino en marchar con las Virgencitas y Santitos en alto, al son de la quenilla y el bombo, y pusieron las cinco de la mañana del otro día como cita.

Para aprender a vivir en paz, dijo Santamaría en la cena de la sacristía, hay que hacer más de un sacrificio, y el sacerdote se acarició el vientre lamentando el pesado andar por venir.