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Laberintos humanos. Pese a sus convicciones

Sabado, 03 de diciembre de 2016 01:30

Pierro estaba echado, desvanecido por el ataque del duende que le clavaba los dientes en el pecho, cuando Armando, que era escéptico, comprendió que la única solución era arrodillarse a rezar y lo hizo, pese a sus convicciones. Entonces el duende nos miró con furia, zamarreó sus cabellos como un león y se zambulló en el cerro.

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Pierro estaba echado, desvanecido por el ataque del duende que le clavaba los dientes en el pecho, cuando Armando, que era escéptico, comprendió que la única solución era arrodillarse a rezar y lo hizo, pese a sus convicciones. Entonces el duende nos miró con furia, zamarreó sus cabellos como un león y se zambulló en el cerro.

Lo dejó desvanecido y herido, pero la fortaleza física de Pierro hizo que pronto recobrara la razón, aunque sólo para mentar el lejano nombre de Margarita, que el duende había asegurado que debió haber sido su madre. Así lo acompañamos a la seccional, donde le limpiamos las mordeduras, pero el pobre parecía estar hundido en sus recuerdos.

Nada más supimos, salvo aquel nombre lejano de quien no conocimos, y lo dejamos en el catre para buscar a doña Teresa Aguada, enfermera y curandera, quien al llegar junto a Pierro, sabiendo por nuestra boca que había sido atacado por un duende, le pasó la mano por la nuca para corroborar por la erupción de granos que su situación era crítica.

Lo ha enfermado, dijo. Va a ser difícil curarlo, agregó cuando escuchamos ruidos en el patio de la seccional. Venían desde una pila de leña que Antonino Busca, su subordinado, había juntado para el invierno que se venía. Allí debe estar él, dijo doña Teresa, no caben dudas, dijo y escuchamos que el duende respondía que no nos metiéramos, que era una lejana deuda entre él y Pierro, nadie más.

¿Y por qué lo sigue por tantos años?, le preguntó Armando y el duende le respondió que no tenía otra alternativa.

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