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15 de Mayo,  Jujuy, Argentina
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La lluvia no pudo con la fe peregrina en el ascenso al Cerro de la Cruz

Sabado, 26 de marzo de 2016 01:30
<p>ADORACION A LA CRUZ/ COMO CADA VIERNES SANTO, CIENTOS DE FIELES ASCENDIERON AL CERRO PARA ADORAR A CRISTO CRUCIFICADO.</p>&nbsp;

Ayer Viernes Santo, se recordó el día en el que el Hijo de Dios muere crucificado en la cruz y en nuestra comunidad capitalina la feligresía católica acostumbra subir hasta la cima del bello cerro ubicado al oeste de la ciudad, y aunque se lo llamó con algunos otros nombres, desde hace casi un siglo se lo denominó “de la Cruz”, ya que años atrás se encontraba emplazado el Cristo de la Hermandad que recreaba el ascenso al monte Calvario y la crucifixión de Jesús.

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Ayer Viernes Santo, se recordó el día en el que el Hijo de Dios muere crucificado en la cruz y en nuestra comunidad capitalina la feligresía católica acostumbra subir hasta la cima del bello cerro ubicado al oeste de la ciudad, y aunque se lo llamó con algunos otros nombres, desde hace casi un siglo se lo denominó “de la Cruz”, ya que años atrás se encontraba emplazado el Cristo de la Hermandad que recreaba el ascenso al monte Calvario y la crucifixión de Jesús.

En esa significación, ayer el pronóstico de un día soleado se desdibujó abruptamente, cuando al amanecer muchos fieles que habían comenzado el ascenso del amplio camino hacia la cima del verde cerro, y los que precisamente a las 8 habían iniciado el rito, la pertinaz llovizna los hizo titubear de seguir el camino que ya se encontraba sumamente arcilloso y resbaladizo, haciéndolo más difícil de recorrer.

De todos modos y a pesar de esa complicada perspectiva, los fieles no lo pensaron demasiado y sin abandonar su alegría y entusiasmo, algunos comprando livianos pilotos o decididos a seguir como estaban, continuaron la marcha por las empinadas calles de barrio Cerro Las Rosas hasta encontrar el principal acceso que los llevaría a cumplir con el cometido, y al que ésta periodista se sumó, no muy convencida.

A lo largo del camino, mientras mi vista permanecía fija en el camino para pisar lo más firme posible, por segundos se levantaba para observar a quienes tenía delante o al costado, si iban o venían para esquivarlos.

Mujeres y hombres cargaban a sus bebés y niños que no podían con lo pegajoso y húmedo del suelo; otros cargaban a sus mascotas que ya mojadas y sucias se mostraban agotadas; y otros tantos, empujaban con mucho esfuerzo los cochecitos de bebés tapados con plásticos y mantas. Algunos semblantes se mostraban adustos y preocupados por el esfuerzo, mientras que otros rostros y actitudes los manifestaban distendidos y contentos; ese ánimo me fue contagiando y el pegajoso camino se hizo más ameno y liviano.

De un rostro a otro y de un pensamiento a otro mientras observaba los pocos peregrinos que se detenían a rezar en las cruces de las estaciones, recordaba partes de la homilía que en la misa del Jueves Santo previo a la ceremonia del lavatorio de los pies, había dado el obispo Daniel Fernández en el Santuario de Nuestra Señora del Rosario, Río Blanco y Paypaya.

“Amar al prójimo”

Entre otras cosas, monseñor había dicho que estos días, Jesús nos invita a contemplar tres misterios que nos regala como testamento. “El primero es el día primigenio de la institución de la Eucaristía, en una cena como cualquier otra donde los apóstoles esperan compartir con Jesús, y él nos da su cuerpo y su sangre como regalo de amor, para alimento y fortaleza de nuestra vida cristiana. También allí nos da el segundo regalo que es el sacerdocio, a través de los apóstoles, los sacerdotes son los encargados de traer al altar a Jesús, vivo y presente en medio de nosotros. Hoy evocamos este regalo que lo recibimos sin mérito ninguno de parte de Dios, y que para nosotros es un privilegio, un honor para los sacerdotes y obispos, y una enorme responsabilidad y un oficio de amor que queremos vivir al servicio de los demás”.

En la cima del cerro, el padre Luis Arregui, junto a dos sacerdotes más, atendió a los fieles que deseaban confesarse.

Por último, mencionó que “Jesús instituyó un mandamiento nuevo, el mandamiento del amor. Llevar el mandato de amar hasta límites insospechados. El Antiguo Testamento fue perfilando las exigencias del amor a Dios, primero fue amar al que te ama y odiar al que te odia; después fue amar al prójimo como a uno mismo, pero Jesús no solo nos manda a amar al prójimo como a uno mismo sino "ámense los unos a otros como yo los amé, y si es necesario, dar la vida por el que tengo al lado’. Dar la vida por los demás, pero eso sólo lo pudo hacerlo perfectamente Jesús en la cruz. Sólo él con esa intensidad de amor que nos alcanza a todos los hombres. Pero nosotros somos muy chiquitos, muy cerrados para recibir este amor, entonces en estos días tenemos que pedirle al Señor que nos ayude a recibir en nuestro corazón este testamento. No podemos amar de verdad si no tenemos la experiencia de ser amados y aunque algunos creamos que nadie nos amó, siempre hemos tenido el amor de Dios, que nos da la vida y la vida eterna y el amor de Jesús que dio su vida por cada uno de nosotros, de cada hombre”.

Un camino extenso para reflexionar y elevar oraciones

Al llegar a la cima de ese hermoso cerro, la poca gente lo hacía para tomar y hacer sus últimas oraciones en aquel mutilado tronco que supo ser una gran cruz, o de aquellos que permanecían descansando, tomando aire o algunas fotos para retomar luego el camino de regreso, encontré al párroco de la capilla Sagrado Corazón de Jesús de barrio Mariano Moreno.

El padre Luis Arregui, que junto a otros dos sacerdotes atendía los pocos fieles que querían completar su jornada con el mea culpa de una sincera confesión, me dio otros puntos de vista para seguir pensando por un rato más mientras bajaba por el mismo ancho y complicado camino.

Expresó ese deseo de que “ojalá que ante la pequeña cruz puesta en ese derruido tronco, cada uno entre en su interior y den sus frutos”. Es decir, que puedan tener capacidad para entrar en su interior y no satisfacerse sólo en que ha podido llegar a la cima de este cerro, o que ha llegado a la capilla de Punta Corral, “porque si cada uno no se encuentra con Jesús, no sirve de nada. Eso, porque estamos acostumbrados a cumplir las costumbres”, sostuvo. “He ido a la cruz, ¿pero adentro qué pasa?, salió con un compromiso o solo ha rezado y puesto velas. Esa vela qué les ha dicho, cómo los ha iluminado. Entonces, si no llegamos a ese esfuerzo que la Iglesia está haciendo; para qué queremos ser verdaderos cristianos, los verdaderos seguidores de Jesús, tenemos que llegar al meollo, a la razón de ese encuentro con el Señor y escuchar la voz interior”, reflexionó.

Vivirlo nunca solos, sino acompañados, que Dios habla y está guiando todo. Por eso nos creó libres, pero uno, según la respuesta, se aprovecha de la fuerza de Dios, de la Gracia de Dios. En esto, no se trata de pedir, porque Dios no nos puede dar más; nos dio todo, y nosotros somos los que tenemos que construir poniendo de nuestra parte. La gasolina, la gracia, la presencia, es Dios, pero cada uno de nosotros tenemos que construir este mundo; a eso tenemos que llegar, pero es más fácil cumplir solo una costumbre que termina en la cima del cerro, y si es así, “no pasa nada”. Así fue, al menos sólo en el íntimo temor con el que creo, coincidimos todos los que nos aventuramos a subir y bajar ese ancho pero complicado, resbaloso y empinado Cerro de la Cruz.

“Rezarle a Dios de corazón”

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RAÚL ALFONSO CARI.

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RAÚL ALFONSO CARI.


Comenzado el recorrido, un hombre caminaba descalzo hacia la cima del cerro. Él es Raúl Alfonso Cari, es de Salta capital y trabaja como vendedor ambulante. En la oportunidad contó su historia de vida en estas breves palabras que pueden ser motivo de reflexión o inspiración para muchos. Según dijo, “yo hice una promesa hace años y ya la cumplí, pero después la hacía en Salta, y ahora volví. La verdad que la quería volver hacer acá en Jujuy. Subí muchas veces, y hoy, cuando iba a comenzar esta mañana, pensé y le dije a "Diosito’ que iba a ir descalzo, y ahora voy tranquilo gracias a Dios, con fe. Comenzaré a rezar cuando llegue a la primera estación hasta llegar arriba, pero le voy a pedir a la gente que me acompañe en la oración. Sé que siempre se suman. Mi promesa ahora es que quiero cambiar, aparte de rezar por la mucha juventud que está perdida. Yo también fui drogadicto, soy alcohólico; quiero dejar eso, quiero cambiar. Quiero dejar la mentira; bueno, todos somos pecadores y no estamos exentos de pecado. Quiero mejorar espiritualmente. Quisiera que mucha gente entienda que es necesario rezarle a Dios por lo menos una vez al año, y pedirle de corazón porque él se lo va a brindar. Hay que confiar en el Señor Jesucristo, por eso Él vino al mundo y dio su vida por nosotros”.