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Laberintos humanos. Destreza de circo

Martes, 05 de abril de 2016 01:30

Toronjil sabía, por boca de esos hombres con que se había topado, que uno era el espíritu y el otro el cuerpo de la misma persona, y creyó que semejante destreza podía ser un gran atractivo circense. Pensó en una rutina sencilla y efectiva: venía cabalgando cuando se dividía y uno trepaba al trapecio para volar los por aires, y el otro se lo quedaba mirando aun montado.

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Toronjil sabía, por boca de esos hombres con que se había topado, que uno era el espíritu y el otro el cuerpo de la misma persona, y creyó que semejante destreza podía ser un gran atractivo circense. Pensó en una rutina sencilla y efectiva: venía cabalgando cuando se dividía y uno trepaba al trapecio para volar los por aires, y el otro se lo quedaba mirando aun montado.

O pensó que podía ser útil para hacer trabajos desagradables. Mientras el cuerpo se quedaba en la labor, el espíritu se iba al almacén a tomar unas cervezas con sus amigos. Pensó más cosas, pero sólo le interesaba llegar a la casa de Carlota Méndez, donde lo esperaba con su sonrisa y sus caricias.

Lo pensó nomás y comprendió que si ese hombre amara a una mujer, no podría ni querría separarse de su espíritu. Por eso es preferible no enamorarse, le respondió el otro, que había vuelto a ser uno sólo. Y Toronjil, que no era tonto, comprendió que tanto para amar como para rechazar el amor, hay que ser uno sólo.

Entonces se despidió, deseándole la mejor de las suertes, porque para llegar a la casa de Carlota Méndez debía bajar la cuesta hasta la playa del río, y luego subir, y la verdad es que quería llegar sólo. Y entonces fue que escuchó que el otro repetía lo que ya le había dicho no hace mucho: muy a pesar de su actitud, aquí estoy yo para servirle.

Toronjil tomó por el camino que llevaba a la casa de su amada, y al despedirse vio cómo el otro volvía a ser dos personas distintas. Entonces fue que sonrió, alejándose por la senda que bajaba.

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