Cuando desde chico uno se ve envuelto en crónicas deportivas o en reuniones que tocaron compartir con gente ligada a este matutino y la profesión, sea cae de maduro la respuesta cuando en la escuela te preguntan "¿qué querés ser cuando seas grande?": Quiero ser periodista, dice uno con voz firme y orgullosa.
Cómo no recordar aquellos viajes y picados y asados con la gente de El Tribuno. Reuniones en el Dique La Ciénaga, o viajes como el de la Laguna de Pozuelos cuando apenas era yo un adolescente y mi viejo ya me ponía frente a quienes después serían compañeros de trabajo y también todos, mentores y guías en esta profesión.
Alguna vez me dijo de adolescente: "¿te animás a ir a la cancha de Lavalle a sacar los datos y traerlos para la crónica?" Unos pesos en el bolsillo cuando se es apenas un estudiante de secundario, con todos los encuentros y reuniones que implican y los intentos de interesar a la rama femenina propio de la época, jamás vienen mal. Y así fue mi primera experiencia "del otro lado de la cancha", donde los jugadores nos respetan y nos temen, los técnicos buscan complacerlos por un guiño en una crónica y la dirigencia quiere tener siempre de su lado, aún desconociendo que nosotros no tenemos una única vereda más que la fidelidad a nuestros seguidores y lectores.
Igual sería injusto nombrar solamente a una persona en este camino del periodismo que me toca transitar, donde cada día uno tiene la posibilidad de aprender y crecer con una familia como la que se afianzó en el edificio de Belgrano 246.
Conocer gente como Daniel Echazú, mano derecha y decisiva en la sección, o Sergio Velázquez, un meticuloso de las crónicas (los más experimentados junto a mi viejo en el diario en Deportes), o Gonzalo Díaz, un periodista con manos por todos lados para conseguir conformar a cada atleta que se presente con su respectiva disciplina. O Sebastián Castro y Diego Suárez, los dos más jóvenes en las tareas con este grupo. Todos y cada uno aportan lo suyo para un trabajo aplaudido y reconocido, bajo el ala de la persona más influyente en mi vida: mi viejo.
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Cuando desde chico uno se ve envuelto en crónicas deportivas o en reuniones que tocaron compartir con gente ligada a este matutino y la profesión, sea cae de maduro la respuesta cuando en la escuela te preguntan "¿qué querés ser cuando seas grande?": Quiero ser periodista, dice uno con voz firme y orgullosa.
Cómo no recordar aquellos viajes y picados y asados con la gente de El Tribuno. Reuniones en el Dique La Ciénaga, o viajes como el de la Laguna de Pozuelos cuando apenas era yo un adolescente y mi viejo ya me ponía frente a quienes después serían compañeros de trabajo y también todos, mentores y guías en esta profesión.
Alguna vez me dijo de adolescente: "¿te animás a ir a la cancha de Lavalle a sacar los datos y traerlos para la crónica?" Unos pesos en el bolsillo cuando se es apenas un estudiante de secundario, con todos los encuentros y reuniones que implican y los intentos de interesar a la rama femenina propio de la época, jamás vienen mal. Y así fue mi primera experiencia "del otro lado de la cancha", donde los jugadores nos respetan y nos temen, los técnicos buscan complacerlos por un guiño en una crónica y la dirigencia quiere tener siempre de su lado, aún desconociendo que nosotros no tenemos una única vereda más que la fidelidad a nuestros seguidores y lectores.
Igual sería injusto nombrar solamente a una persona en este camino del periodismo que me toca transitar, donde cada día uno tiene la posibilidad de aprender y crecer con una familia como la que se afianzó en el edificio de Belgrano 246.
Conocer gente como Daniel Echazú, mano derecha y decisiva en la sección, o Sergio Velázquez, un meticuloso de las crónicas (los más experimentados junto a mi viejo en el diario en Deportes), o Gonzalo Díaz, un periodista con manos por todos lados para conseguir conformar a cada atleta que se presente con su respectiva disciplina. O Sebastián Castro y Diego Suárez, los dos más jóvenes en las tareas con este grupo. Todos y cada uno aportan lo suyo para un trabajo aplaudido y reconocido, bajo el ala de la persona más influyente en mi vida: mi viejo.