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Laberintos humanos. Crimen y castigo

Sabado, 24 de septiembre de 2016 01:30

Nos contaba Armando de esas dos muchachas sentadas a la mesa del carnaval humahuauqeño del 62, y de dos hombres que, en el mismo lugar, uno había llegado desde la ciudad huyendo del castigo por un crimen que había cometido, y el otro era, sin que aún supiéramos por qué, conocedor de ese secreto.

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Nos contaba Armando de esas dos muchachas sentadas a la mesa del carnaval humahuauqeño del 62, y de dos hombres que, en el mismo lugar, uno había llegado desde la ciudad huyendo del castigo por un crimen que había cometido, y el otro era, sin que aún supiéramos por qué, conocedor de ese secreto.

La bebida le había hecho creer al primero, que era cantor de tangos, que estaba a salvo de la justicia, y sólo le preocupaba cómo era que el otro podía conocer cosas que no debieran conocerse tan lejos de donde sucedieron, a lo que una de las muchachas aclaró que el amigo suele conocer secretos íntimos de gente que apenas conoce.

El cantor de tangos se llamaba Julio Lusiardo, y había tenido mediana fama en el Buenos Aires de fines del cincuenta. El otro, conocido como Tornillo Suarez, le dijo que vaya a saberse cómo era que sabía esas cosas, pero cada mañana, mientras desayuno mi aguardiente, me vienen a la mente cosas de gente que pronto voy a conocer.

No le creo, le dijo Julio Lusiardo y Tornillo Suarez le respondió que más le valía hacerlo, porque está en mis manos. Dios o el diablo o el azar me dan este poder que tengo, dijo, que ni lo pido ni lo quiero pero vivo de esto, a falta de otra habilidad más honesta, así que es mejor que usted pague la cuenta y las que vienen, que no van a ser pocas.

Las dos muchachas rieron como si fueran cómplices de esta extorsión, pero se sorprendieron al escuchar que Julio Lusiardo recordaba que ya saben que maté una vez, y si me juzgan por un crimen nada me molesta que lo hagan por dos.

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