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El fiscal que no quería morir

Jueves, 12 de octubre de 2017 18:55

Promediaba el mes de enero de 2015. Una mañana tórrida y húmeda, típica de un verano de la ciudad de Buenos Aires, un típico abogado, delgado, alto, de impecable traje gris y de zapatos brillantes, muy bien peinado y de mirada vivaz y penetrante, lanzaba una bomba judicial al presentar una denuncia en contra de la presidente de la Nación Cristina de Kirchner y de su canciller Héctor Timerman, por supuestas negociaciones secretas con Irán para lograr exculpar a ciudadanos de ese país, involucrados en el terrible atentado a la mutual judía Amia, que se había perpetrado en 1994. ­Once años atrás! El abogado además era fiscal federal, a quien el expresidente Néstor Carlos Kirchner le había confiado la investigación del atentado. Era Alberto Nisman. El lunes 20 de enero debía presentarse en el Congreso de la Nación para dar detalles de su investigación y su denuncia, pero el domingo 19, fue encontrado sin vida en su departamento de las coquetas y exclusivas torres de Puerto Madero.

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Promediaba el mes de enero de 2015. Una mañana tórrida y húmeda, típica de un verano de la ciudad de Buenos Aires, un típico abogado, delgado, alto, de impecable traje gris y de zapatos brillantes, muy bien peinado y de mirada vivaz y penetrante, lanzaba una bomba judicial al presentar una denuncia en contra de la presidente de la Nación Cristina de Kirchner y de su canciller Héctor Timerman, por supuestas negociaciones secretas con Irán para lograr exculpar a ciudadanos de ese país, involucrados en el terrible atentado a la mutual judía Amia, que se había perpetrado en 1994. ­Once años atrás! El abogado además era fiscal federal, a quien el expresidente Néstor Carlos Kirchner le había confiado la investigación del atentado. Era Alberto Nisman. El lunes 20 de enero debía presentarse en el Congreso de la Nación para dar detalles de su investigación y su denuncia, pero el domingo 19, fue encontrado sin vida en su departamento de las coquetas y exclusivas torres de Puerto Madero.

Hoy todos los argentinos recordamos las primeras imágenes que la TV ofreció de aquel departamento, con decenas de personas pisoteando el lugar, bebiéndose el café que Nisman tenía preparado en su cafetera, sentados en los cómodos sillones del lugar. Y a la fiscal encargada de investigar, Viviana Fein, que rodeada de un sinnúmero de funcionarios nacionales que aparentemente nada tenían que hacer allí, inició una sucesión de chambonadas que hacían prever que nada limpio saldría de esas primeras e importantísimas diligencias.

Y recordamos también los esfuerzos oficiales por descalificar al fiscal muerto, haciendo circular todo tipo de versiones sobre su vida profesional y personal, como amigo, como padre, que tendían a poner el centro de gravedad en una personalidad de supuesta vida disipada y una necesidad de protagonismo que rozaba el vedetismo. Nisman, el que ya no se podía defender, sin embargo, se negaba a morirse del todo.

Los nombres de Lagomarsino, Berni, Fein, Stiuso, Sandra Arroyo Salgado (jueza federal y exesposa de Nisman), Aníbal Fernández, infinidad de otros actores de reparto, y finalmente Fabiana Palmaghini que desplaza a Fein y asume la responsabilidad de seguir investigando, se entrecruzaron sin solución de continuidad en los avatares de un magnicidio que cada día se podría al sol, como la memoria del muerto. Hubo entremedio, una "autopsia psicológica", que determinó lo que todos advertían en las innumerables entrevistas que los canales de televisión reflotaban a diario: Alberto Nisman no tenía -ni por asomo- el perfil de un suicida. Era un hombre dinámico, comprometido y orgulloso de su trabajo, dispuesto a jugarse aún consciente del riesgo que corría su vida, y llegó con ese ánimo hasta los mismos umbrales del final. Nisman, buceaba en el horroroso submundo de los espías, en medio de la intrincada red de conexiones e inimaginables derivaciones en un océano oscuro que oscila siempre sobre el difuso límite entre lo legal y lo clandestino. Nisman había bajado a los quintos infiernos, conteniendo la respiración en el agua nauseabunda, y una vez plasmada su investigación y sus conclusiones en una denuncia pública, emergió a respirar en lo que creyó el aire puro de la República. Pero allí lo esperaba una muerte que no lo mató. Porque Nisman el fiscal que no quería morir, sobrevivió a la bala asesina, al falaz escarnio postmortem, al olvido pretendido. Respondió desde su muerte con la misma inusitada energía con que transcurría su vida.

También lo ayudaron a seguir vivo muchos de sus colegas fiscales que siempre confiaron en él, una porción de la Justicia que no se rindió, el peso específico de una denuncia que era imposible de tapar con diarios, y la necesidad del pueblo argentino que ganó masivamente las calles en busca de saber qué pasó. No se trata solamente de esclarecer definitivamente cómo fue que se organizó y se perpetró el crimen de ochenta y cinco personas en la mutual judía, tampoco fue sólo un ataque al pueblo judío, fue un agravio a la Argentina. Y tan grave como aquel atentado, puede ser la pretendida intención de ocultarlo detrás de un pacto espurio que no se puede justificar con acuerdos políticos o económicos. Desde ese lugar Alberto Nisman siguió vivo. Y ahora, finalmente, una pericia más seria y definitiva, determina que en apariencia el Fiscal fue asesinado por un par de sicarios, expertos en muerte, que contaron con una estructura logística general disparada desde el momento mismo de la denuncia.

En Jujuy parecemos estar lejos de todo. De los centros de ebullición de la cosa nacional. Sin embargo, la información nos mantiene integrados y atentos. Y desde Jujuy, también se puede expresar el deseo de saber. La expresidente Cristina Fernández de Kirchner, Héctor Timerman, Luis D"Elía, Fernando Esteche, Carlos Zannini, Oscar Parrilli, Pablo Mena, Angelina Abona y decenas entre excolaboradores y funcionarios ligados a la embajada iraní en Buenos Aires, deberán comparecer ahora ante el juez Bonadio para explicar el presunto encubrimiento denunciado y según indican en pasillos judiciales, hasta pueden quedar imputados. Pero lo importante ya no es ni solazarse con su culpabilidad -si la hubiera- ni celebrar de su exculpación -si no hubiese responsabilidad-.

Lo importante será llegar a conocer la verdad, cerrar uno de los capítulos más oprobiosos de nuestra historia reciente. Y reconocer el trabajo de Alberto Nisman, un hombre de la Justicia, que a pesar de todo, sigue vivo y vigente hasta hoy. Y que una vez que la luz ilumine los frutos de su trabajo de años, recién podrá pensar en morir tranquilo. Y hasta quizás, descansar en paz.

 

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