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Estoy frustrado, ¿qué hago?

Lunes, 13 de marzo de 2017 18:08

Todos los seres humanos nos sentimos frustrados, cada vez que encontramos un obstáculo en el camino que no nos deja avanzar. Nadie escapa a este sentimiento, ante algo que no llega, que se termina o que fracasa. Lo importante ante la frustración es cómo reaccionamos. Deprimirnos es normal, pero tener cero tolerancia no lo es. Es parte de nuestra naturaleza el deseo de cumplir objetivos; por eso, cuando no podemos lograr lo que deseamos, nos frustramos. Por lo general, reaccionamos de dos maneras:

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Todos los seres humanos nos sentimos frustrados, cada vez que encontramos un obstáculo en el camino que no nos deja avanzar. Nadie escapa a este sentimiento, ante algo que no llega, que se termina o que fracasa. Lo importante ante la frustración es cómo reaccionamos. Deprimirnos es normal, pero tener cero tolerancia no lo es. Es parte de nuestra naturaleza el deseo de cumplir objetivos; por eso, cuando no podemos lograr lo que deseamos, nos frustramos. Por lo general, reaccionamos de dos maneras:

Enojándonos. El enojo nos puede hacer gritar, golpear o insultar. Hay personas que se enojan consigo mismas y se automaltratan pensando: “Soy un tonto”, o “un inútil”, o “un perdedor”.

Entristeciéndonos. Esto ocurre cuando nos sentimos melancólicos por lo que pudo haber sido, o cuando nos resignamos ante lo que “nos tocó en la vida”. Creemos que no hay nada que podamos hacer.

Ya sea que nos demos cuenta o no, todos tenemos un determinado nivel de tolerancia a la frustración que depende en gran parte de nuestro temperamento. Así mientras algunos, frente a un imprevisto, se deprimen y sienten que son un fracaso, que no sirven para nada; otros tienen la capacidad de superar hasta la circunstancia más dura, como perder a toda la familia o atravesar una guerra.

La forma de actuar ante la adversidad tiene que ver con el nivel de fortaleza interna que cada uno tenga. A veces, ignoramos la fuerza que llevamos adentro, hasta que nos toca pasar una dificultad y esta es despertada. Pero, por lo general, esta se relaciona íntimamente con la forma en que fuimos criados en nuestros primeros años de vida. Si las personas que estaban a nuestro cuidado, llámese padres, abuelos o cualquier otro miembro de la familia, nos descalificaron con sus palabras, muy probablemente esta opinión quedará grabada en nuestro subconsciente e influirá en el modo en que más adelante en la vida nos relacionemos con otras personas y con las situaciones que vivamos.

Quien ha sufrido descalificación y violencia en la infancia suele ser muy duro consigo mismo y con los demás, ante el más mínimo error, pensando que él o ella “es un error”. Si este es tu caso, debes saber que nadie es un error y que nuestras acciones, por negativas que sean, no determinan quiénes somos.

En la época tan convulsionada que vivimos a nivel mundial, somos testigos de mucha gente con cero tolerancia a todo lo malo, que reacciona violentamente ante un “no”, o ante lo que percibe como un obstáculo. Alguien que reacciona con violencia es en el fondo una persona muy insegura que, por miedo a ser lastimada, elige responder antes de esa manera.

La falta de tolerancia a la frustración revela un debilitamiento de la fuerza interna que no nos permite afrontar los conflictos y las crisis, los cuales son una parte inevitable de la vida, y nos llena de dolor. A nadie le gusta sentir dolor, pues nos incomoda y nos descoloca. Pero no deberíamos temerle sino darle la bienvenida, porque nos viene a decir que hay una herida que necesita ser sanada. El dolor no se supera, se va gastando, a medida que nos permitimos sentirlo. Por eso, preguntarnos: “¿Por qué me sucedió esto a mí?”, si bien es totalmente válido, si persiste en el tiempo no nos ayuda a expresar y gastar el dolor; muy por el contrario, lo incrementa y lo transforma en sufrimiento. ¿Cuánto debería llevarnos ese gasto de dolor que nos causa una frustración? No hay una respuesta para ello. Cada uno tiene sus tiempos, lo importante es no quedarnos atascados.

Si no gastamos el dolor, nos acompañará toda la vida.

Toda vez que nos veamos abrumados por emociones como la ira, la tristeza, el miedo, etc., lo mejor es dejar que pasen. Nunca deberíamos decidir ni hablar nada, porque lo haremos basados en esa emoción. Las emociones son pasajeras y tienen que seguir su curso y ser sentidas, sin ser reprimidas.

Superada la frustración, dejaremos de preocuparnos por cosas sin importancia para comenzar a invertir en lo que es en verdad valioso.

Si tenés alguna inquietud, podés escribirme a [email protected].

 

 

 

 

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