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Laberintos humanos. La despedida

Viernes, 24 de marzo de 2017 18:52

Yo vi al hombre de la moto que, arrodillado ante la cascada, vio que el agua se corporizaba en mujer y bajaba al pueblo por la calle destruida por la bajada del arroyo. Cuando me hablaron de Agua Pueriles, supe que era ella porque, dicen, apareció esa misma madrugada, aunque se decía que era sobrina de doña Marta.

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Yo vi al hombre de la moto que, arrodillado ante la cascada, vio que el agua se corporizaba en mujer y bajaba al pueblo por la calle destruida por la bajada del arroyo. Cuando me hablaron de Agua Pueriles, supe que era ella porque, dicen, apareció esa misma madrugada, aunque se decía que era sobrina de doña Marta.

Y cuando me dijeron que noviaba con Marcos, el joven de la motocicleta negra, supe que Marcos era el mismo que la recibió en el cuenco de sus manos cuando ella, que fue arroyo, se transformó en mujer. Pero Marta y Luis Pueriles tenían un hijo casi de la misma edad que la moza, y Matías, el hijo en cuestión, regresó a la casa de sus padres antes de la Semana Santa.

Pensaba pasar las Pascuas, para volver al Sur, a su trabajo, luego. Doña Marta, por su parte, ignorando la existencia de Marcos, a quien veía como poca cosa para una muchacha tan bella, soñaba con verla junto a su Matías, que se había separado de su mujer no hacía un año, y doña Marta nunca tuvo buenos ojos para con su nuera.

Agua, que no podía ignorarlo, sufría porque se sentía incapaz de negarse al deseo de quienes la habían adoptado desde la misma mañana en que, bajando del cerro, se convirtió de arroyo en mujer, y tuvo que decirle a Marcos que debía dejarlo pese a que él la recibiera en sus manos cuando bajara como cascada desde el cerro.

Vas a ver cosas que no querrás ver, le dijo Agua a Marcos, y son cosas que acaso no sean ciertas. Me duele demasiado hacerte sufrir, le dijo, pero no tengo otra alternativa, le dijo al despedirse.

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