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Laberintos humanos. Su vida entre la gente

Lunes, 27 de marzo de 2017 17:04

Alguien recordará que Agua no nació siendo mujer sino como un arroyo, y que se corporizó en muchacha en la madrugada de una tormenta muy violenta. Su vida entre la gente no fue muy buena. Amó a un hombre pero, por no ir contra los deseos de la mujer que la adoptara, estuvo de novia con su hijo.

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Alguien recordará que Agua no nació siendo mujer sino como un arroyo, y que se corporizó en muchacha en la madrugada de una tormenta muy violenta. Su vida entre la gente no fue muy buena. Amó a un hombre pero, por no ir contra los deseos de la mujer que la adoptara, estuvo de novia con su hijo.

El hijo de esta mujer estaba preso por haber matado al otro en una noche de borrachera en la que pelearon tal vez por ella, aunque ninguno lo dijera, y ahora que velaban a la mujer que murió triste con su hijo en la cárcel, no le permitían entrar para despedirse. Agua se subió la solapa de la camisa, porque refrescaba, y caminó sola por el pueblo.

Los hombres conocían su desgracia pero se encandilaban con una belleza que se fue acentuando con la tristeza, cuando se encontró con Edmundo, un joven que jamás se le hubiera animado de no ser por las circunstancias. Y las circunstancias de Agua, que no nació siendo mujer sino arroyo, las pautaba ella misma.

Mantenía en firme, no ya la alegría que le conocieran desde que apareció en el pueblo, sino el dominio sobre su propio destino, y al ver que Edmundo la miraba desde un banco de la plaza de la iglesia, se le acercó, se sentó a su lado, se dejó acompañar hasta la habitación donde vivía y al otro día, para sorpresa de Edmundo, lo pasó a buscar para dar un paseo.

Nadie vio con malos ojos el romance sino con sorpresa, como si la realidad exagerara, y nadie pensó en que el joven no la mereciera pero sí que iba a sufrir, él más que ella, con los devenires del romance.

 

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