Cuando Agua se deshizo sobre la alcantarilla, vimos que aparecía Edmundo, que fuera su marido y no podía ignorar que su esposa era un arroyo vuelto mujer. Uno es el último en enterarse, y les confieso que lo supe leyendo estos Laberintos, nos dijo quien así reconocía ser lector y personaje.
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Cuando Agua se deshizo sobre la alcantarilla, vimos que aparecía Edmundo, que fuera su marido y no podía ignorar que su esposa era un arroyo vuelto mujer. Uno es el último en enterarse, y les confieso que lo supe leyendo estos Laberintos, nos dijo quien así reconocía ser lector y personaje.
Siempre supe que el sesenta por ciento del cuerpo humano es agua, le escuchamos decir a destono de lo que estaba sucediendo y empezamos a sospechar las causas por las que Agua se marchó, vuelta al lecho arenoso, para dejar la humanidad que compartió los últimos siete años.
Siete años, los mismos que Matías había pasado en prisión por ese mismo amor de Agua que, al fin, igual había perdido. Siete años, dijo Edmundo para nuestro asombro, como los que Brad Pitt pasó en el Tibet, y justo cuando Armando empezaba por comentar que esa película se había filmado en Mendoza con extras jujeños, yo me volví hacia Edmundo para preguntarle si la había amado.
Su pregunta es demasiado directa, me acusó por toda respuesta y lo vi mirar hacia la alcantarilla como quien se despide y pide perdón, se volvió y bajó por la calle, total que no había nada más que hacer por aquí, cuando Armando me preguntó si se podía sospechar un crimen por la ausencia de alguien, aunque no hubiera cadáver.
Creo que no, le dije más por leer novelas policiales que por saber de leyes, y vi que la sonrisa le anunciaba un misterio por resolver. Supongamos que todo lo demás sea cierto, me dijo, pero ¿qué pasa si eso de que Agua fuera arroyo, capaz que sea un engaño?