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Laberintos humanos. Tono de vendedor

Martes, 11 de abril de 2017 20:15

 

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Vea, Dubin, me dijo al fin Eulelio Vázquez Bisagra más en tono extorsivo que de consejo. Si usted no acepta comprar mis cuentos, me obliga a ir a ofrecérselos directamente al Tribuno, y no creo que duden en publicar estos míos, que por importados son más baratos que los suyos.

A mí no me convencía eso de que era justamente yo quien lo estaba obligando, pero el hombre parecía indiscutible con su tono de vendedor. Usted se niega a ser rico, me dijo como si fuera mi padre, pero si le parece empiezo a contarle mi propia vida, que es el mejor de mis cuentos.

Este no se lo cobro, Dubin, usted publíquelo si quiere. No le voy a decir donde nací, pongamos que en las afueras de un palacio. Por las ventanas que daban a la fosa, se escuchaba de noche la fiesta del Príncipe en una corte enloquecida que contrataba a las mejores bandas del momento, cualquiera fuera el día de la semana, total que ninguno trabajaba.

Así es como me crie durmiendo poco, nos contó Eulelio Vázquez Bisagra, pero mi madre no quería mudarse porque pensaba que, viviendo a la vera del palacio, alguna que otra riqueza nos iba a caer. Durante años, durante toda mi infancia, fueron poco más que limosnas, que se le va a hacer, así son las cosas y no nací yo para cambiarlas.

Tendría mis veinte años, siguió contando, cuando lo vi salir al príncipe cubierto con un piloto negro, evidentemente de incógnito, se levantó las gafas negras para mirarme a los ojos y me pidió un favor, y Armando, que era perspicaz para esas cosas, le preguntó cómo lo había reconocido.

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