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Diversidad & colonización

Domingo, 16 de abril de 2017 00:00

Identidad, diversidad y pluralismo son principios en los que se basan los derechos humanos, pero también son coordenadas democráticas para las libertades individuales. La diversidad cultural se considera Patrimonio de la Humanidad y un valor tan necesario como la biodiversidad para la continuidad de la especie. Consideremos desde esta perspectiva el consenso mayoritario de los teatrólogos argentinos, que impone como origen de nuestro teatro al circo criollo, específicamente, la pantomima Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, puesta en escena de los Hermanos Podestá (siglo XIX). Los más innovadores, como Andrés Fidalgo, se preguntan si no es lícito pensar que Argentina contara con expresiones teatrales previas a esta fecha. Algunos "locos" teatrólogos quieren estudiar a las expresiones rituales, ceremonias precoloniales en el marco de esta preexistencia teatral previa a la pantomima presentada por los Podestá. Esta "locura" es un principio respetado en tradiciones teatrales como las orientales. Incluso la tradición occidental reconoce al "drama litúrgico" medieval como parte integrante de su historia teatral, aunque se realizaba en el marco de un ritual religioso cristiano. Lo que se juega con esta imposición de reconocimiento del origen del teatro argentino en el siglo XIX, con la tímida tesis de preexistencia teatral anterior y con la ausencia de estudios rigurosos que vinculen la ritualidad, ceremonia y fiestas precoloniales con la historia del teatro argentino, no es otra cosa que la vulneración de los principios de identidad, diversidad y pluralismo. Todo lo cual muestra indicadores de alto índice de colonización del pensamiento occidental en la teatrología argentina. En otro camino, está tomando fuerza la idea de que frente a esta "colonización", se "debe responder" con un teatro que asuma rasgos distintivos de la teatralidad local. En relación a esta propuesta cabe preguntarse: ¿es posible identificar rasgos distintivos en esta teatralidad como parte de secuencias discretas originales no determinadas por los procesos de hibridación de las culturas? Descolonizar implica primero respetar la identidad, diversidad y pluralismo de las propuestas artísticas. Como proponía Rodolfo Kusch, los procesos de construcción de las culturas responden al principio de "fagocitación". Es decir, las culturas son el resultado síntesis de culturas anteriores y, actualización de éstas en la propia. Kusch proponía la asimilación de opuestos, propio de la cultura incaica, como justificación de los procesos de fagocitación de la cultura occidental sobre la andina, pero también de los previos a la colonización española, operados por el propio imperio incaico. Definitivamente, no es posible identificar rasgos distintivos de esta teatralidad local, considerada como una identidad cosificada inmutable a la diacronía de los procesos culturales. Pero aún proponiendo una tendencia estética en la búsqueda de estos rasgos distintivos, bajo ninguna perspectiva sería válido tratar de imponerla como "dominante", como un "deber ser": porque esta operación implicaría también "colonizar" con este pensamiento a la producción teatral local. En el arte el "deber ser" no puede atentar contra la libertad de la pulsión creativa, domesticándola para que respete los cánones establecidos por la clase dominante y/o las lógicas mercantiles. Cuando se vulneran estos principios de identidad, diversidad y pluralismo, suprimen la libertad del artista y del pensador, imponiéndoles un canon, cuya transgresión deriva en la "expulsión" del campo teatral. Estas operaciones demonizan a las prácticas teatrales no inscriptas en el canon de "lo autóctono" como "colonizadoras", pero siguen la misma pauta de colonización contra la que se construyen. Tan sólo los regímenes fascistas han subyugado la libertad creativa para homogenizar la producción artística, generando un arte obsecuente, pobre, pero sobretodo, un arte ilegítimo. En este sentido, cabe destacar que creadores escénicos como Juan Carlos Estopiñán tuvieron que exiliarse para compartir propuestas estéticas que no respondían al canon impuesto por la comunidad teatral local de los "90. En conclusión, el desarrollo del arte escénico, como el equilibrio sustentable de la especie humana requieren del respeto a la identidad, diversidad y pluralismo. Es legítimo y necesario que todas las tendencias teatrales puedan compartir el mismo espacio cultural.

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Identidad, diversidad y pluralismo son principios en los que se basan los derechos humanos, pero también son coordenadas democráticas para las libertades individuales. La diversidad cultural se considera Patrimonio de la Humanidad y un valor tan necesario como la biodiversidad para la continuidad de la especie. Consideremos desde esta perspectiva el consenso mayoritario de los teatrólogos argentinos, que impone como origen de nuestro teatro al circo criollo, específicamente, la pantomima Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, puesta en escena de los Hermanos Podestá (siglo XIX). Los más innovadores, como Andrés Fidalgo, se preguntan si no es lícito pensar que Argentina contara con expresiones teatrales previas a esta fecha. Algunos "locos" teatrólogos quieren estudiar a las expresiones rituales, ceremonias precoloniales en el marco de esta preexistencia teatral previa a la pantomima presentada por los Podestá. Esta "locura" es un principio respetado en tradiciones teatrales como las orientales. Incluso la tradición occidental reconoce al "drama litúrgico" medieval como parte integrante de su historia teatral, aunque se realizaba en el marco de un ritual religioso cristiano. Lo que se juega con esta imposición de reconocimiento del origen del teatro argentino en el siglo XIX, con la tímida tesis de preexistencia teatral anterior y con la ausencia de estudios rigurosos que vinculen la ritualidad, ceremonia y fiestas precoloniales con la historia del teatro argentino, no es otra cosa que la vulneración de los principios de identidad, diversidad y pluralismo. Todo lo cual muestra indicadores de alto índice de colonización del pensamiento occidental en la teatrología argentina. En otro camino, está tomando fuerza la idea de que frente a esta "colonización", se "debe responder" con un teatro que asuma rasgos distintivos de la teatralidad local. En relación a esta propuesta cabe preguntarse: ¿es posible identificar rasgos distintivos en esta teatralidad como parte de secuencias discretas originales no determinadas por los procesos de hibridación de las culturas? Descolonizar implica primero respetar la identidad, diversidad y pluralismo de las propuestas artísticas. Como proponía Rodolfo Kusch, los procesos de construcción de las culturas responden al principio de "fagocitación". Es decir, las culturas son el resultado síntesis de culturas anteriores y, actualización de éstas en la propia. Kusch proponía la asimilación de opuestos, propio de la cultura incaica, como justificación de los procesos de fagocitación de la cultura occidental sobre la andina, pero también de los previos a la colonización española, operados por el propio imperio incaico. Definitivamente, no es posible identificar rasgos distintivos de esta teatralidad local, considerada como una identidad cosificada inmutable a la diacronía de los procesos culturales. Pero aún proponiendo una tendencia estética en la búsqueda de estos rasgos distintivos, bajo ninguna perspectiva sería válido tratar de imponerla como "dominante", como un "deber ser": porque esta operación implicaría también "colonizar" con este pensamiento a la producción teatral local. En el arte el "deber ser" no puede atentar contra la libertad de la pulsión creativa, domesticándola para que respete los cánones establecidos por la clase dominante y/o las lógicas mercantiles. Cuando se vulneran estos principios de identidad, diversidad y pluralismo, suprimen la libertad del artista y del pensador, imponiéndoles un canon, cuya transgresión deriva en la "expulsión" del campo teatral. Estas operaciones demonizan a las prácticas teatrales no inscriptas en el canon de "lo autóctono" como "colonizadoras", pero siguen la misma pauta de colonización contra la que se construyen. Tan sólo los regímenes fascistas han subyugado la libertad creativa para homogenizar la producción artística, generando un arte obsecuente, pobre, pero sobretodo, un arte ilegítimo. En este sentido, cabe destacar que creadores escénicos como Juan Carlos Estopiñán tuvieron que exiliarse para compartir propuestas estéticas que no respondían al canon impuesto por la comunidad teatral local de los "90. En conclusión, el desarrollo del arte escénico, como el equilibrio sustentable de la especie humana requieren del respeto a la identidad, diversidad y pluralismo. Es legítimo y necesario que todas las tendencias teatrales puedan compartir el mismo espacio cultural.

 

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