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Laberintos humanos. Sagaz sospecha

Lunes, 03 de abril de 2017 19:54

Agua estaba allí, frente a nosotros, y junto a ella Edmundo y Matías bebían limonada y comían empanadas de mondongo, cosas nada extraña de no ser porque dijimos, en los pasados Laberintos, que ella se escabulló por una alcantarilla, convertida en agua, y nada se decía de que Matías y Edmundo fueran compadres.

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Agua estaba allí, frente a nosotros, y junto a ella Edmundo y Matías bebían limonada y comían empanadas de mondongo, cosas nada extraña de no ser porque dijimos, en los pasados Laberintos, que ella se escabulló por una alcantarilla, convertida en agua, y nada se decía de que Matías y Edmundo fueran compadres.

Así fue que todos se volvieron hacia mí: el responsable de tanto cuento que, al menos en este caso, se demostraba como falso. Exagerado, quiso disculparme Armando disminuyendo la gravedad de mis actos. Fantasiosos, en todo caso, que no es lo mismo que mentirosos, dijo Agua tratándome con inmerecida dulzura.

Más que un delito, dijo la almacenera desde atrás del mostrador, lo de don Dubin es un vicio. ¿Qué necesidad tienen de andar contando tanto cuento sin que le vaya en ello una ganancia semejante? No digo una camioneta, que tampoco se lo ve con zapatillas nuevas, dijo la mujer como si me defendiera.

¿Y no habrá cura para un contador de cuentos compulsivo?, preguntó Matías mientras dejaba sus monedas sobre la mesa, acaso pensando que con ellas pagaba la limonada y las empanadas. Ya que se dice su amigo, le dijo a Armando, yo que usted lo haría atender para ver qué le pasa, le dijo y los tres se fueron, Matías, Edmundo y Agua, capaz que riendo del modo en que escaparon de la sagaz sospecha de Armando.

Pero, fuera como fuera, ya habían sembrado la duda en mi compadre y, lo que es peor, en mi mismo, que empezaba a ver esto de estar escribiendo tanto Laberinto más como un vicio insano que como una virtud.

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