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Laberintos humanos. El descampado

Sabado, 13 de mayo de 2017 19:38

Baldomero Cruz se fue sólo y al poco de andar ya no recordaba a esa mujer bella que le había ofrecido un futuro tan lleno de dicha como de dolores. Y siguió su camino hasta ver de espaldas a otra mujer de la que, alguna vez, estuvo enamorado. Sonrió y cruzó la calle, dispuesto a defender su libertad.

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Baldomero Cruz se fue sólo y al poco de andar ya no recordaba a esa mujer bella que le había ofrecido un futuro tan lleno de dicha como de dolores. Y siguió su camino hasta ver de espaldas a otra mujer de la que, alguna vez, estuvo enamorado. Sonrió y cruzó la calle, dispuesto a defender su libertad.

Así llegó al linde donde las últimas casas le abren paso al descampado, seguido por un perro que se había resuelto a acompañarlo. Se hundió tras un bosquecito abigarrado, se sentó bajo un arbusto de hojas agostadas por el otoño y sintió que el perro le ladraba a la espesura, vaya a saberse por qué.

Acarició la cabeza de su compañero, y en cuanto se calmó sintió que el follaje se mecía, y entre su verde aparecía un zorro que lo miró a los ojos. Si usted quiere ser realmente libre, le dijo el zorro con voz de diablito de carnaval, más que con un perro domesticado debe andar conmigo, que no le pertenezco a nadie.

Nadie pertenece verdaderamente a nadie, le respondió una comadreja al zorro y una lechuza, que abría inmensamente los ojos para alumbrar con ellos la espesura, agregó que todos pertenecían al universo, que todos eran parte de lo mismo, que nadie es libre ni es esclavo sino parte de toda esta noche a la que pertenecemos.

Sólo la ignorancia nos lleva a creer que hay un zorro, una comadreja, una lechuza, un perro y un Baldomero Cruz, conferenció la lechuza ante el pequeño y atento auditorio, pero si alguna vez esos temas le hubieran interesado, ya nada de eso lo seducía a Baldomero Cruz y se echó a dormir.

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