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Laberintos humanos. Señalando con el dedo

Domingo, 21 de mayo de 2017 18:40

Pero pronto se nos antepuso un hombrecito que, señalándome con el dedo en alto, me acusó sonoramente de estar escribiendo demasiados cuentos. Vea, me dijo, que no es sano hacer alarde de tanto ingenio, si es que así puedo llamarlo, que ni siquiera la realidad se esfuerza para tener tantos detalles.

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Pero pronto se nos antepuso un hombrecito que, señalándome con el dedo en alto, me acusó sonoramente de estar escribiendo demasiados cuentos. Vea, me dijo, que no es sano hacer alarde de tanto ingenio, si es que así puedo llamarlo, que ni siquiera la realidad se esfuerza para tener tantos detalles.

Lo decía mientras alzaba tanto la mano y la voz que la gente se empezó a detener en la calle para escucharlo. Entre los oyentes había conocidos y desconocidos y, pronto, partidarios de aquel y de mi causa, que ni yo sabía cuál era, por lo que atiné a responderle que, si no le gustaba, bien podía saltearse mi columna, que el diario tenía otras muy buenas y acaso mejores.

Lo que yo creo, dijo el hombre que me acusaba, es que usted debe llamarse a silencio, razón que ni entendí ni compartí por lo que quise seguir de largo, pero el hombre me tomó del brazo y, llamándome por mi apellido, me dijo: a usted le hablo, ¿o cree que hablo solo? Yo no entiendo por qué debiera detenerme, dije.

Debe detenerse a escucharme, me dijo, y debe detener este torrente de Laberintos. ¿Y por qué cree usted que debo hacerlo? Un zapatero puede hacer dos o cinco zapatos por día, más que los cuentos que yo publico, y un carnicero despacha más cortes y sin embargo nadie les dice nada, le dije.

No sé si alguien se lo dice o no, me dijo, pero yo le digo a usted que es demasiado y aquí me planto hasta que se detenga. Y no crea que soy de aquellos que se conforman con que le sigan la corriente, porque si usted no me conoce, me habrá de conocer.

 

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