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Laberintos humanos. Guardando anonimato

Miércoles, 24 de mayo de 2017 10:33

Vea, me dijo el hombre que me acusaba, sonoramente, en plena calle. Usted escribió ayer de mi que yo era un hombrecito, y eso es demasiado, me dijo y yo le dije que a mí me daría vergüenza que publicara las cosas que me decía y dijera su nombre, y agregué que le hacía un favor al guardar su anonimato.

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Vea, me dijo el hombre que me acusaba, sonoramente, en plena calle. Usted escribió ayer de mi que yo era un hombrecito, y eso es demasiado, me dijo y yo le dije que a mí me daría vergüenza que publicara las cosas que me decía y dijera su nombre, y agregué que le hacía un favor al guardar su anonimato.

Es que el hombre me acusaba de escribir demasiados cuentos, y me decía que debía dejar de hacerlo, cosa que yo no hacía. Para colmo cuenta esta conversación como otro de sus cuentos, me dijo ofendido, y eso no lo voy a tolerar. Si yo hago bien mi trabajo de contar cuentos, usted puede disfrutarlos o ignorarme, ese es asunto suyo.

Asunto mío es usar todo mi poder para detenerlo, argumentó para mi asombro. ¿Y cuál es su poder?, le pregunté. Soy amigo de amigos que pueden detenerlo, me dijo tratando de intimidarme. Yo no sé de quién es amigo ni a quien puedo molestar escribiendo muchos o pocos cuentos, dije.

A mí me molesta, me dijo, porque cada vez que publica un Laberintos siento que me está señalando por no poder hacerlo. No es justo que nadie sobresalga del resto, me dijo, ni para bien ni para mal. Lo correcto es que cada quien se quede dónde están, me dijo, y así el resto podrá tranquilamente hacer lo mismo.

Yo empezaba a preocuparme de que ese no fuera el único que pensara de esta forma, y que empezara a ponerse de moda esto de querer detener a aquel que hace lo que le gusta y lo hace medianamente bien, y como si me leyera el pensamiento, este hombre me preguntó por quien me había dicho que lo hacía bien.

 

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