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Laberintos humanos. Sin más detalles

Miércoles, 31 de mayo de 2017 21:36

Cuando pude escaparme del campamento militar de la selva peruana, nos contó la viejita del pasillo oscuro, estaba embarazada de tres meses pero apenas lo sabía porque era muy joven para entender de esas cosas. Y no voy a contarles con detalles las peripecias que sufrí, nos dijo.

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Cuando pude escaparme del campamento militar de la selva peruana, nos contó la viejita del pasillo oscuro, estaba embarazada de tres meses pero apenas lo sabía porque era muy joven para entender de esas cosas. Y no voy a contarles con detalles las peripecias que sufrí, nos dijo.

Eran años violentos en esa parte de América y yo me sumé a una troupe de músicos ambulantes que, sin tener más noción de su destino, llevaban en sus corazones el deseo de llegar a Buenos Aires por eso de las esquinas con buzones, los faroles, los pañuelos blancos al cuello y el tango, pero apenas si habíamos cruzado la frontera de Perú y Bolivia por el lado de Desaguadero.

Yo no sabía aún que Buenos Aires no era como lo imaginaban. Lo iba a saber mucho después y por televisión, nos dijo doña María San Diego, que nunca fui tan al Sur, pero tenía para mí que tampoco le fue mejor a mi padre, que me llevaba a la sucursal de la empresa en la que debía trabajar, con sueldo señalado y departamento alquilado por la gerencia, y aun así quedó en la selva cuando las tropas de elite me rescataron de los terroristas.

Y así como mi padre parecía tan seguro de adonde debía ir sin llegar a ninguna parte, la troupe de músicos ambulantes podía llegar más lejos en su fantasía de esa ciudad tanguera que ya no existía. Pero el que berreó en mis brazos al llegar al Potosí, que ya tampoco era la Villa Imperial, fue mi hijo, el mismo que vendió el resto de la casa para dejarme en este pasillo sola con mi alma y esa imagen del Santito en la pared.

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