Resulta que la moza se enamoró de su novio a los diecisiete años, tras tres años de noviar con él, y que dejó de amarlo a los dieciocho. ¿Y por qué sigue con él si no lo ama?, le pregunté. Porque donde hubo fuego, cenizas quedan, dijo con tanta convicción que me pareció probable. Cuando lo conocí, lo acepté para no quedarme sola.
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Resulta que la moza se enamoró de su novio a los diecisiete años, tras tres años de noviar con él, y que dejó de amarlo a los dieciocho. ¿Y por qué sigue con él si no lo ama?, le pregunté. Porque donde hubo fuego, cenizas quedan, dijo con tanta convicción que me pareció probable. Cuando lo conocí, lo acepté para no quedarme sola.
Pero entonces tenía catorce años y podía haber elegido otro, le dije y ella me aclaró que quien sabe, ¿y si no encontraba ninguno? Total que de eso hace ya siete años, continuó. Cuando al cuarto año dejé de amarlo pensé que era algo pasajero, y al quinto ya me había acostumbrado a estar con él.
Pero no es lo mismo la costumbre que el amor, siguió diciendo con tristeza creciente. Pero está a tiempo de empezar de nuevo, le dije y ella dio un paso atrás como si temiera una torpeza de mi parte, que podía ser su padre, y me preguntó si me parecía que eso era posible. Es joven y bonita, le dije casi enojado, ¿cómo no va a serlo?
Qué se yo, me dijo ella, me da algo de pena dejarlo ahora. Él debe estar muy enamorado de usted, quise saber. No, dijo ella, él no me ama pero no me deja porque le da lástima romperme el corazón. Es un buen gesto pero que da muy malos resultados, le dije porque de esas cosas se más por viejo que por sabio.
Vea, le dije, si él no la ama ni usted lo ama a él, nadie va a salir lastimado con una ruptura. No crea, dijo ella, porque la vez que nos separamos se cayó de la bicicleta y quedó hecho una miseria, no le digo lastimado, le digo que estaba mal herido el pobre.