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Miradas de Julieta Caorlin en la muestra titulada "Demirarse"

La singular exposición pictórica estará expuesta en la sala tilcareña hasta el próximo 23 de noviembre.
Lunes, 15 de octubre de 2018 01:00

Cuando don Francisco Tinte, director del museo Terry, comenzó a presentar la muestra de Julieta Caorlin, dijo que "más que hablar de la historia del arte, debería hablar de una búsqueda personal". Cierto que en la creación artística una y otra se entraman, porque aquello que generó el arte desde el origen de los tiempos, acaso sea lo mismo que mueve a cada pintor a alzar el pincel.

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Cuando don Francisco Tinte, director del museo Terry, comenzó a presentar la muestra de Julieta Caorlin, dijo que "más que hablar de la historia del arte, debería hablar de una búsqueda personal". Cierto que en la creación artística una y otra se entraman, porque aquello que generó el arte desde el origen de los tiempos, acaso sea lo mismo que mueve a cada pintor a alzar el pincel.

Sin embargo, las palabras de Tinte querían decir, más propiamente, que en su experiencia al recorrer los cuadros de "Demirarse", que tal es el título de la muestra, lo primero que le llamó la atención fue la intención estética que transitó su creadora. La primera impresión es que todas retratan a la misma modelo, y uno intuye que es ella misma, pero no lo son sino en el gesto, en cierta manera de mirar. Comparten el modo de reposar al ser modelos, en la mirada con que miran la mirada de la pintora, valgan las reiteraciones. Las diferencias, pese a ser tantas como las puede haber de una persona a otra, de una modelo a otra, que todas son mujeres, menos que en los retratos están en el paisaje, ese atrás, pero que sabe a adentro, de cada una de ellas. Pese a don Tinte, no puedo dejar de pensar en el arte europeo que se volcó en el barroco americano. Recuerdo un cuadro que vi no hace mucho, en el museo Tejeda de la ciudad de Córdoba: Santa Teresa en tierra de moros. Allí, sin lugar a dudas, hay un solo modelo para la Santa, para su hermano y para el jinete, pero el paisaje no está tras ellos sino en la imaginación y la carga simbólica del artista, en ese caso anónimo.

Julieta Caorlin resalta esa distancia, dejando el retrato en el blanco y negro del lápiz y proyectando el fondo en colores, lo cual pudiera dar la idea de que es el paisaje quien sueña al protagonista. Los fondos son relatos y reminiscencias del retratado: una rama florida de duraznero, un mandala o la calle de una ciudad, algo que aquí los definen más que sus rostros. Y los cuadros se suceden como cartas de una baraja, reiterados en su forma pero no en su contenido, y el mirar de cada modelo que mira a la pintora, y que termina por mirarnos a nosotros como espectadores, pudiera producir lo que las músicas rituales: no una síntesis sino un estado en el que los tres: artista, modelo y espectador, terminamos por fundirnos.

 

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