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El Sumay Pacha de Carpita

Cuando las redes sociales pueden ser también un buen canal de comunicación entre las personas.

Domingo, 04 de noviembre de 2018 01:00

TILCARA (Corresponsal). Hace unas semanas, no muchas, salí a tomar el ómnibus en la garita de Sumay Pacha, sobre la ruta 9. El barrio, casi donde el Huichaira desagua en el río Grande, se veía hacia el oeste acá con un kiosco grafiteado, allá con algunas casas, pocas, pilas de bloques, molles que quieren crecer. Al fondo, los cerros de una arquitectura casi griega, un panteón elevado para celebrar la creación, coronados por cardones que encarnan a los antiguos. Sobre los cerros y los cardones, las nubes de un gris profundo. Antes de subir al ómnibus, mientras lo esperaba, saqué mi celular, tomé una foto y la subí al facebook. Suelo hacerlo cada tanto, en parte para alardear de la belleza de la tierra donde vivo, en parte como agradecimiento por permitirme serle su testigo. Después pasaron las cosas del día y esa imagen quedó sepultada en la memoria.

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TILCARA (Corresponsal). Hace unas semanas, no muchas, salí a tomar el ómnibus en la garita de Sumay Pacha, sobre la ruta 9. El barrio, casi donde el Huichaira desagua en el río Grande, se veía hacia el oeste acá con un kiosco grafiteado, allá con algunas casas, pocas, pilas de bloques, molles que quieren crecer. Al fondo, los cerros de una arquitectura casi griega, un panteón elevado para celebrar la creación, coronados por cardones que encarnan a los antiguos. Sobre los cerros y los cardones, las nubes de un gris profundo. Antes de subir al ómnibus, mientras lo esperaba, saqué mi celular, tomé una foto y la subí al facebook. Suelo hacerlo cada tanto, en parte para alardear de la belleza de la tierra donde vivo, en parte como agradecimiento por permitirme serle su testigo. Después pasaron las cosas del día y esa imagen quedó sepultada en la memoria.

A Marcelo Carpita lo conozco desde hace muchos años. Facebook no podría calcular los años de nuestra amistad, es anterior a las redes sociales. En algún álbum que cada tanto encuentro cuando tengo que ordenar mis cosas, que no son tantas ni valiosas salvo para mí, está la foto de una de sus pinturas casi de adolescentes. Creo que estaba relacionada con algo que escribí, y tanto él como yo, con los años, hicimos cosas mejores. Pero esa foto me es entrañable como lo es la misma juventud de entonces.

SUMAY PACHA/ OBRA EN ÓLEO DEL ARTISTA MARCELO CARPITA.

En un asado que hicimos en su casa, no hace mucho, vi obras suyas casi baconianas que me conmovieron. Uno se alegra de haber elegido amigos que, con el tiempo, nos enorgullecen, pero no quiero hablar en esta nota de esos cuadros ni de sus murales, que hacen al eje de su profesión, sino de la misma noche de la mañana de la garita, la mañana de la foto del barrio Sumay Pacha, cuando recibí un mensaje privado con otra fotografía. Debajo decía: “una foto tuya me hizo pintar al óleo después de un año. Apenas la vi me dio ganas de pintarla”, y en su foto, que ya es fondo de pantalla de esta computadora en la que escribo, las nubes ya no cubrían el cielo para que la tierra no recayera en lo abismal, sino que se tornaban la misma visión de un cuadro que, de la mano de aquello que pudo llamarse impresionismo, volviera más mágica una realidad que, de por si, lo es.

Lo detallado (ventanas con sus cortinas, los grafitis, los pequeños molles, una camioneta, la recta arquitectura de las casas) no es que se perdía sino que reposaba en la materna concavidad del todo, que para Parménides es inmóvil y para Heráclito es un caos, y hay algo de barco en la bahía de un puerto, y el gris del cielo es idéntico al del suelo. Entonces me pareció muy egoísta guardarlo para mí, y escribí esta nota.