En Nochebuena empezaron a escucharse los redobles y las quenas de los villancicos. En algún patio, frente al pesebre, los niños están adorando al Niño, y no sólo se trata de uno de los ricos momentos artísticos de nuestro calendario cultural, sino uno de esos recuerdos que, por pertenecer a la niñez, perduran de por vida.
inicia sesión o regístrate.
En Nochebuena empezaron a escucharse los redobles y las quenas de los villancicos. En algún patio, frente al pesebre, los niños están adorando al Niño, y no sólo se trata de uno de los ricos momentos artísticos de nuestro calendario cultural, sino uno de esos recuerdos que, por pertenecer a la niñez, perduran de por vida.
Las adolescentes bailando como angelitos, los niños trenzando y destrenzando las tiras del mástil, las dirigentes organizándolo todo, los villancicos que heredamos del Siglo de Oro español, los sones que se enraízan en el modo andino y el paseo por las calles, en filas de a dos, como en un carnaval inocente. La noche de Navidad visitamos el pesebre de la capilla de Pueblo Nuevo, donde la familia Martínez es anfitriona. Allí la adoración se conjuga con la brisa de la tarde y los colores que encienden, de fondo, al cerro de la Cruz. La adoración del pesebre se tiñe entonces de magia, todo lo envuelve el ritmo del villancico.