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Sonrisas que enseñan a valorar la vida y disfrazan a la pobreza

Sabado, 09 de noviembre de 2019 01:04

Cuando voy al merendero, son muchas las sensaciones que siento. Al ver tanta algarabía en medio de tanta necesidad me hace repensar sobre cuál es el verdadero significado de la felicidad, es decir me hace valorar más la vida. Porque allí, cada tarde, concurren pequeños que te enseñan que con poco se puede sonreír y en medio de la tormenta disfrazan los golpes de la vida con una enorme sonrisa que apacigua.

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Cuando voy al merendero, son muchas las sensaciones que siento. Al ver tanta algarabía en medio de tanta necesidad me hace repensar sobre cuál es el verdadero significado de la felicidad, es decir me hace valorar más la vida. Porque allí, cada tarde, concurren pequeños que te enseñan que con poco se puede sonreír y en medio de la tormenta disfrazan los golpes de la vida con una enorme sonrisa que apacigua.

El merendero se encuentra ubicado en el asentamiento del barrio, en ese lugar que tiene pocos servicios e instituciones estatales y que comenzó siendo un terreno baldío. Las familias en esos lugares viven primero en carpa, a la que van rodeando de bloques y la techan con chapas. Así se soportan uno o dos inviernos, hasta que empieza la construcción.

Son familias a las que no les queda otra que arrancar así, por su situación de pobreza, generalmente son parejas jóvenes con niños muy pequeños. Cabe destacar que en los asentamientos también llegan personas adineradas que buscan sacar provecho de la pelea de otros que realmente se asientan por necesidad.

Como las calles no están pavimentadas, los charcos de barro comúnmente están presentes y algún canal de agua seguramente te cruzás. A medida que vas llegando, se siente ese aroma a pan tostado y a té o mate. El merendero, que siempre está ubicado en el fondo o en la vereda de la casa de esa señora que miró al costado y vio la necesidad de crear ese espacio.

Una señora que también tiene poco en los bolsillos pero mucho en el corazón, por eso alberga a niños para darles una merienda gracias a donaciones de otras personas que colaboran y dan una mano. Aunque casi siempre, esa señora también tiene que poner dinero porque a veces esas donaciones escasean pero el hambre no, y los chicos no dejan de ir.

Se suele ver una parrilla donde se tuesta el pan para que se ablande, ya que al ser donado, en algunas ocasiones es del día anterior. La encargada, junto a otras mamás, se juntan a eso de las 15 para tener la merienda lista para recibir primero a los chicos que van a la escuela por la mañana, y luego, a los que asisten al turno tarde que llegan a eso de las 18. Los chicos no entienden mucho sobre la situación de sus familias, quizás no saben tampoco porque tienen que ir al merendero todas las tardes e incluso a comedores al mediodía. Lo que sí saben es que en el merendero siempre los tratan bien, le dan una rica merienda y se encuentran con sus amigos para pasar una divertida tarde.

Ellos son los que le dan el brillo al lugar, le dan el color y con sonrisas de oreja a oreja que no cesan un minuto, hacen que todo sea mejor. Y por un momento, sus mamás y papás se olviden de la realidad que a muchos los maltrae. Pese a eso, ellos valoran cada momento y no dejan de agradecer la ayuda que la señora encargada de la institución y otros voluntarios les brindan.

Voluntarios llegan también con ropa y otros alimentos que reparten a los más carenciados. Voluntarios que se enamoran de esas tiernas sonrisas que los pequeños reparten por doquier. Sonrisas que van acompañadas también de abrazos que son mimos al corazón.

Los que vamos de visita sabemos lo reconfortante que es andar por esos rumbos que te reinician y te enseñan a valorar, como dije al principio. Por eso te quiero dar un consejo, cuando te sientas triste o no le encuentres sentido a la vida, te recomiendo que vayas a un merendero o a un comedor a ayudar para recargar pilas. En realidad no debería ser solamente cuando te sientas triste, debería ser siempre, porque ese amor que te brindan los chicos del merendero es inigualable y muy satisfactorio.

Para concluir, quiero felicitar a esas señoras, a las mamás y también a los papás que afrontan la crisis pensando en el otro. Que abren una institución como esta en el asentamiento del barrio y pese a los tantos inconvenientes por los que atraviesan le ponen el pecho para subsistir y nunca dejar desamparados a los más pequeños.

Y no bajan los brazos, aunque saben que esta es tarea del Estado. Porque son ellos quienes deberían garantizarles el pan a los más chicos que no viven con las mismas oportunidades que otros. Además del pan, la educación y otros derechos que todo niño debe tener. Pero mientras tanto, hay quienes cumplen su rol y de forma voluntaria luchan contra el hambre.

 

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